No fue sino hasta al siglo XVII que el concepto de Edad Media adquirió categoría historiográfica, al ser utilizado por el filólogo e historiador alemán Cristóbal Keller (1638-1707), aunque expresiones similares se pueden encontrar ya desde mediados del siglo XV. El término refleja un prejuicio muy difundido en la época del humanismo italiano de los siglos XV y XVI, que concebía los mil años que le precedían como una época oscura, en la cual campeó la barbarie, tiempos estériles durante los cuales la Humanidad se sumió en la ignorancia, en contraste con su propio momento histórico, cuando -en palabras del sabio Lorenzo Valla (1407-1457)- "las artes liberales, a saber, la pintura, la escultura, la modelación y la arquitectura (...), son reactivadas en esta época y reviven y florece el nacimiento grande de buenos artistas como de literatos". Es por ello que Giorgio Vasari (1511-1574) hablará de una Rinascità; este discípulo de Miguel Angel llegará a sostener que el arte clásico -el único que valía la pena para él- se agota en el siglo IV, para recomenzar, tímidamente, en el siglo XIII, cuando fue posible ver "tanta luz en tanta tiniebla". Sea desde una perspectiva estética (el arte medieval es bárbaro), sea desde una perspectiva filológica (el latín medieval es también bárbaro), la Edad Media aparecía como una época cuyo único mérito consistía en haber perdurado, obstinadamente, durante todo un milenio, como llegó a sostener Michelet (1798-1874) en la segunda edición de su Historia de Francia; sólo una interrupción entre el Mundo Antiguo y el Mundo Moderno, que retomaba aquellos fundamentos clásicos despreciando todo lo que el hombre había creado entre una etapa y otra. Se impuso, así, el prejuicio del oscurantismo y la barbarie, con una fuerza tal que todavía hoy muchos siguen pensando de esa manera, y aun cuando entre los historiadores exista consenso respecto de que se trata de una visión errónea, el término Edad Media ha prevalecido como una convención al momento de periodificar la Historia.

 

 

Se podría decir que, en cierto modo, la Edad Media sí estaba sumida en la oscuridad; pero no porque fuese oscura en sí misma, sino por lo poco que de ella se sabía. Entre los siglos XVII y XIX comenzó una lenta pero progresiva valorización del Mundo Medieval, a medida que se publicaban grandes colecciones de fuentes y documentos (las Acta Sanctorum, la Monumenta Germaniae Historica, el Rerum Italicarum Scriptorum, el Corpus Scriptorum Historiae Byzantinae, o las Patrología Griega y Latina, entre otras).

En los últimos años los estudios históricos de la época que cubre desde el siglo V al XV han hecho progresos notables; aplicando nuevas metodologías de estudio y recurriendo a ciencias auxiliares de la historia (arqueología y filología, entre otras), los estudiosos -Marc Bloch, Henri Pirenne, Louis Halphen, Georges Duby, Régine Pernoud, Jacques Le Goff, por nombrar algunos, y, en nuestro país, los trabajos de Héctor Herrera Cajas- han develado ante nuestros ojos un mundo enteramente nuevo, donde no solamente comparecen hechos de carácter político, sino también de índole social o económica, un mundo lleno de matices, aproximándose a la vida cotidiana y a la mentalidad de la época. Hoy podemos comprender los tiempos medievales como una rica etapa histórica durante la cual se formó nuestra Civilización Cristiana Occidental a partir de diversos aportes culturales del Mundo Antiguo, del judeo-cristianismo y, por cierto, del Mundo Bárbaro (germanos, esteparios, musulmanes, etc.).

 

Cuando hablamos de Edad Media, lo hacemos de una época que vio nacer a las tres grandes civilizaciones del Mediterráneo: el Occidente Europeo, germano-latino, católico; el Oriente Bizantino, greco-eslavo, ortodoxo; el Mundo Musulmán, árabe, islámico. La Civilización Cristiana Occidental, o cristiandad latina, nace en un período que abarca los siglos III al VI d.C., cuando sucumbió la Civilización Grecorromana del Mediterráneo; el aporte de los pueblos germánicos marcará entonces las instituciones y las costumbres, mientras se afirmará el rol evangelizador y civilizador de la Iglesia, con centro en la Roma pontifical. Esta civilización tiene una consolidación manifiesta en el siglo IX con la renovatio imperii de los Carolingios, que dará forma a lo que llamamos desde entonces, espiritual y culturalmente, Europa. Hacia el siglo XI, el Occidente Cristiano vive un proceso de auge y expansión. La Civilización Musulmana o islámica, es identificable desde la primera mitad del siglo VII d.C., reconociéndose a Mahoma (c.570-632) como su piedra fundante; conoce una rápida expansión que abarca, al menos, hasta el siglo VIII, para encontrarse ya estabilizada en el siglo XI en las regiones sur y este del Mediterráneo. Habiendo conformado un gran imperio unitario, por diversas razones se entró en un proceso de fragmentación que, en todo caso, no alcanzó a afectar su cohesión, expresada en el término Umma. La Civilización Cristiana Ortodoxa o griega, cuyos orígenes están en el Imperio Bizantino, o Imperio griego Medieval, es una entidad histórica que hunde sus raíces en la Roma Bajo Imperial, recibiendo, además, influencias helenísticas y orientales. Con centro en Constantinopla, esta Civilización pasó por un período formativo (ss. IV-VII), uno de crisis (ss. VII-IX), uno de consolidación y expansión (ss. IX-XI), y una última fase de lenta declinación (ss. XI-XV). En su período expansivo-misional, el Imperio llevó su cultura y religión a los pueblos eslavos de Europa Oriental, dando origen a la Civilización Ortodoxa o Greco-eslava.

 

Las tres surgieron de la ruina de Imperios Antiguos (Roma, Persia) seguida de un período de invasiones (germanos, árabes, estepáricos, más tarde eslavos). En gran medida la Edad Media no es sólo la historia del surgimiento de esos tres mundos, sino también de su interrelación, sus influencias mutuas, sus desaveniencias, etc. Sus fronteras y áreas de influencia, por otra parte, no son estables a través del tiempo. Europa, en muchos casos, enfrenta condiciones de precariedad y primitivismo superiores; sin embargo, cuando en el siglo XI comienza el estancamiento de las dos civilizaciones orientales, se inicia un crecimiento general del Occidente.