Georges Duby In Memoriam

 

 

Por Luis Rojas Donat

"Como Ud, he lamentado mucho que no nos hayamos podido encontrar durante su estadía en París. Deseo conocerle y hablar con Ud de vuestro país y de los problemas que plantea la enseñanza de la historia medieval. Estoy consciente, en efecto, del hecho que, es el caso de toda América, las curiosidades no se concentran sobre este período de la historia"(2/V/95).

 

"Lo que Ud me dice de los problemas políticos que hoy ocurren en Chile me interesan muy particularmente. Problemas análogos se presentaron en Francia después de la liberación. Estos ocurren siempre. ¿Puede llevarse adelante la reconciliación nacional perdonando y olvidando los crímenes? o bien ¿Es necesario poner el acento en la justicia y los derechos de las víctimas y sus familias?...el debate queda abierto...¿Hay una solución?"(27/VIII/95).

 

Georges Duby se interesó por Chile a través de una correspondencia que el autor de estas líneas mantuvo durante los últimos seis años. Me acongoja descubrir de pronto que las cartas que al momento de redactar tengo frente a mis ojos se hayan convertido en históricas. Estas cartas eran hasta hace poco sólo eso, cartas, sin duda importantes para mi como medievalista, pero cartas al fin. Con el efecto de su partida se han transformado en testimonios y eso les confiere una importancia todavía mayor, pues me parece que forman parte del patrimonio cultural de Chile, y por eso, trascienden mi ámbito y mi persona.

 

Con motivo de la convocatoria al Primer Coloquio de Estudios Medievales que organizó el Departamento de Historia, Geografía y Ciencias Sociales de la Universidad del Bío-Bío en noviembre de 1992, tomé contacto con Georges Duby con el fin de informarle de esta iniciativa, pero asimismo para conocer la respuesta a este esfuerzo desplegado en una región tan alejada del centro intelectual medieval, en las antípodas. Como otros profesores que también respondieron, Duby fue especialmente gentil reiterándome en cada una de las cartas que después se sucedieron, el interés que sentía por estas empresas intelectuales y su total "disposición a ayudarle de cualquier manera al progreso de nuestro trabajo de medievalista". Tanto en éste como en el segundo coloquio en 1994, adjuntó cartas de aliento porque entendía lo "valiosas que pueden ser estas reuniones, particularmente en países como Chile que están por la geografía, alejados del terreno de investigaciones que constituye la Europa occidental".

 

Como muchos investigadores europeos, Georges Duby tenía su mirada concentrada en su ámbito natural, la Europa. El medievalismo americano quedaba reducido a los Estados Unidos y a Argentina con la herencia de Claudio Sánchez-Albornoz y su discípulos. Chile, en cambio, le era conocido por el gobierno de Augusto Pinochet, por la transición y por su economía. Por eso quedó sorprendido de la creación de los coloquios y de la Sociedad Chilena de Estudios Medievales en 1992, tanto que en un comienzo sus cartas demoraron porque llevaban destino Argentina. Pronto su sorpresa se transformó en un vivo interés, respondiendo cada carta animado por las noticias que por mi parte le hacía llegar, hasta el punto de pensar en hacernos una visita con motivo del coloquio de 1996. Los preparativos iban bien encaminados pero su salud se venía quebrantando desde mucho antes, no estaba seguro de soportar un viaje tan largo. No pudo hacerlo y nosotros perdimos una oportunidad que habría quedado en los anales de la historia intelectual de Chile.

 

Como era de esperar, la muerte de Georges Duby afectó a todos los medievalistas de Francia, aún cuando era conocida su lucha contra un cancer al intestino que le aquejaba con dureza. Sus funerales tuvieron lugar en una pequeña iglesia en Tholonet, cerca de Aix-en-Provence, a la que asistieron emocionados una centena de personas, gran parte de la intelectualidad francesa ligada al medievalismo.

Nació en Paris en 1920 en el seno de una familia de artesanos textiles. Su vocación por la pintura era manifiesta y le llevó a recibir un premio en un concurso general a muy temprana edad; esta inclinación no la abandonaría hasta sus últimos días, habiendo dejado numerosos lienzos que atesoraba en su hogar. Ello explica, sin lugar a dudas, el interés que cogió por el arte cisterciense, como lo demuestran sus albunes comentados sobre esos temas que llegaron a ser célebres.

 

Estudió en Paris, Lyon y Aix de acuerdo con el régimen que podríamos llamar como en Francia "normal", no se formó en ninguna gran escuela. Después de haber logrado una agrègation d’histoire enseñó, como muchos, en el liceo. Pero fue Charles Edmond Perrin, el ilustre y riguroso maestro, quien lo orientó hacia los archivos de la abadía de Cluny, de donde surgieron sus primeros trabajos, base de lo que sería su tésis en 1953 sobre el Mâconnais, que dejaría huella en la historiografía francesa La société aux XIº et XIIº siècles dans la région mâconnaise (Paris, 1953, reimp.1971). Mucho de lo que allí escribió, como él mismo decía y dejó testimoniado en sus memorias, debería ser retomado; este trabajo ha sido un punto de referencia para muchas tésis monográficas que se han hecho después en Francia. Reorientó la metodología de la investigación histórica poniendo luz sobre temas como el poder, la riqueza, las mentalidades, aplicando las lecciones del inolvidable Marc Bloch y su La sociedad feudal.

 

Después vino su nombramiendo en Aix-en-Provence donde se estableció con sus seminarios echando raices hasta 1988, no obstante que en 1970 había sido elegido para integrar el prestigioso Collège de France, y además habiendo rechazado numerosas veces incorporarse a la no menos prestigiosa Sorbonne.

 

Su fama no dejó de crecer dedicando su vida académica al estudio de la sociedad medieval. Sus trabajos, como es sabido, han sido traducidos a muchos idiomas. Ya entonces quedaría definida su vocación por los siglos centrales de la Edad Media, XI y XII, a los que concentraría todo su esfuerzo en conocer y explicar. Pero desde 1960 a 1990 sus preocupaciones fueron tomando rumbos aledaños sobre temas conexos: primero la economía y la sociedad campesina, porque como muchos historiadores franceses y extranjeros, estuvo marcado por la problemática de la longue durée. Esta surge de la triple influencia del marxismo a la vez corregido y modernizado, de Fernand Braudel y la Etnología. Dicha metodología le fue muy valiosa y dió frutos importantes, pero tenía límites que encasillaban su curiosidad, porque la sociedad medieval de los siglos XI y XII no podía quedar reducida a su cuantificación, a sus consumos, a sus gustos y derroches, a su producción, a su productividad. Por ello que este historiador, una vez descubierto cómo se financiaron las catedrales y abadías, decide conocer cómo se construyeron, por qué se levantaron y dónde, por qué esas formas, qué imagen del mundo profano y celeste representaban esas construcciones, y sin duda, qué espíritu les animaba. Así surgen obras interesantes y bellamente editadas por Skira L’Europe des cathedrales (1140-1280) (Genève, Skira, 1966, reimp.1984), Adolescence de la chrétienté occidentale (980-1140) (Genève, Skira, 1967), L’Europe au Moyen Age. Art romain, art gothique (Paris, Arts et Métiers graphiques, 1979) y junto a J. Daval Histoire d’un art, la sculpture. Le grand art du Moyen Age, du Vº au XVº siècle (Genève, Skira, 1989). Toda una experiencia y un conocimiento lúcido permiten ver la luz a otra obra maravillosa por su madurez, con esa altura de miras que dan el estudio desprejuiciado, Saint Bernard. L’art cistercien (Paris, Arts et Métiers graphiques, 1976). Después de su lectura, resulta sorprendente preguntarse cómo pudo escribir estas páginas, en las que se explica la espiritualidad cisterciense y su relación con la arquitectura, con una sensibilidad exquisita, con un conocimiento admirable de la teología bíblica, la liturgia y la tradición cristiana, un hombre que se vio influido por una visión del pasado proveniente de una escuela historiográfica materialista.

 

La razón: era un hombre sensible y perceptivo, profundo, como pudo demostrarlo en esa obra extraordinaria, erudita y analítica, Les trois Ordres ou l’imaginaire su Féodalisme (Paris, Gallimard, 1978). Esta es una obra ejemplar, digna de los mejores elogios por su sutileza, la densidad de sus ideas y por la profundidad en el develamiento de estructuras de base de la sociedad cristiana occidental, para alcanzar los niveles mentales que gobiernan los acontecimientos de superficie en el devenir histórico.

 

A pesar del fuerte peso que ejercía entonces la Escuela de los Annales en mirar con desprecio los acontecimientos, las agitaciones superficiales, los accidentes —los epifenómenos—, Duby reivindicó su estudio volviendo al hecho histórico para ver a través de él, las estructuras latentes, los estratos profundos que a menudo escapan al historiador. Así nacen obras muy interesantes que dan cuenta de los distintos niveles de lectura interpretativa del acontecimiento, ejemplos metodológicos, Le dimanche de Bouvines (Paris, Gallimard, 1973), donde se sirve de la batalla del mismo nombre, en 1214, en la que el rey de Francia Felipe II Augusto triunfa sobre el de Inglaterra, Juan I sin tierra. Aprovechando los relatos de la batalla intenta una suerte de sociología de la guerra medieval, midiendo a través de las generaciones la resonancia del acontecimiento, para luego proponer una geografía de la sensibilidad política y sondear la elasticidad de la memoria colectiva. En este mismo sentido, su Guillaume le Maréchal ou le meilleur chevalier du monde (Paris, Fayard, 1984).

 

Era un hombre lleno de ideas y proyectos. "Dirigió", o más bien "amparó" a un gran grupo de historiadores franceses en varios proyectos de gran aliento: Histoire de la France (Paris, Larousse, 1979-1, 3 vols.), junto a A. Wallon Histoire de la France rurale (Paris, ed.du Seuil, 1975-6, 4 vols.), con Robert Mantran L’Eurasie (Paris, P.U.F., 1982), luego Histoire de la France urbaine (Paris, ed.du Seuil, 1980, 5 vols.), en conjunto con Philippe Ariès, la Histoire de la vie privée (Paris, ed,du Seuil, 1985, 5 vols.) y junto a Michelle Perrot L’Histoire des femmes (Paris, Plon, 1990-2, 5 vols). Dedicó interés por temas varios que revelan la potencia de su intelectoy su sensibilidad: el amor, la familia, el matrimonio, el dolor, los sistemas de valores, la servidumbre, las técnicas agrícolas, el arte, la arquitectura y otros. Todas sus obras se destacan por un estilo muy elegante lleno de imágenes.

 

Una iniciativa a la que dedicaría especial preocupación, fue la producción Temps des Cathédrales, serie cultural de nueve emisiones exhibida en 1980 por la Televisión francesa, realizada por R. Stéphane y R. Darbois, que alcanzó fama. En ella Duby se esforzó con delicadeza, con fuerza expresiva, con ese francés dulce y diáfano que puede apreciarse al mirar ese documental extraordinario, justo medio entre lenguaje para público amplio y rigor científico. Sus dotes oratorias le afamaban todavía más y cautivaban los auditorios, llegando a decirse que tenía una "voz de violoncelo". Su propósito, según me lo hacía ver en una de sus cartas, era ayudar al gran público francés de la TV a comprender lo que habían sido las grandes creaciones del arte medieval. La calidad de la imagen, pero sobre todo el texto, merecen palabras laudatorias.

 

Los últimos años de su vida los dedicó a estudiar a la mujer en el siglo XII, su siglo. Difícil tarea como reconocía él mismo, debido a la falta de testimonios. Parte de los resultados se plasmaron en dos obras que tuvieron traducción castellana por una editorial chilena. Su gran calidad de narrador y su estilo llano le permitieron apropiarse de un lenguaje historiográfico más cercano a la literatura sin perder la disciplina de un trabajo científico.

 

En su comportamiendo personal mostró siempre una gran modestia, muy reservado, muy púdico, poco amigo de la convivialidad, pues padecía de cierta agorafobia. Concedió, de hecho, pocas entrevistas. Era un intelectual reconcentrado y estudioso, motivo por el cual, tal vez, no se le conozca un grupo de "discípulos". Muchos colegas, como Robert Fossier, Pierre Toubert y el mismo Jacques Le Goff, siguieron regularmente su semimario en el Collège de France, pero él siempre permanecía un poco en arrière, como dicen los franceses, tímido en las discusiones, no alcanzaba a tolerar ni sobrellevar los debates. No obstante, su valía estaba lejos de la polémica, era un faro de referencia, una suerte de "Papa" de la historia medieval en Francia.

 

La Sociedad Chilena de Estudios Medievales que yo presido, se adhiere a la congoja de su muerte y a través de estas líneas desea dejar público testimonio de gratitud por lo que muchos colegas chilenos le deben, y especialmente quien escribe, al haber tenido el privilegio de compartir una correspondencia que me honra.

 

1997