SITIO Y SAQUEO DE ROMA SEGÚN SOZÓMENOS

 

(408) Mientras el Imperio de Oriente, librado con toda suerte de esperanza del terror de sus enemigos, estaba en una feliz prosperidad, el de Occidente estaba expuesto a la ambición y la ira de los tiranos. Alarico, habiendo enviado pedir la paz al emperador Honorio, después de la muerte de Estilicón, y no habiéndola obtenido, sitió Roma, y se hizo de tal manera dueño de las riberas del Tíber, que ya no se pudo más llevar víveres desde el puerto a la ciudad. El sitio duraba ya mucho tiempo, y estando la ciudad extremadamente incomodada por la hambruna y la peste, todos los extranjeros que había dentro salieron para entregarse a Alarico. Aquellos de entre los senadores que estaban todavía atados a las supersticiones del paganismo, propusieron ofrecer sacrificios a los dioses en el Capitolio y en otros templos, y ciertos etruscos prometieron echar a los enemigos por medio de truenos y rayos, como se vanagloriaban de haberlos echado de Narni, pequeña ciudad de Toscana... Las personas de buen sentido reconocían claramente que las miserias de ese sitio no eran sino un efecto de la cólera del cielo y un castigo, el cual caía sobre el lujo de los romanos, sus excesos y las injusticias, y las violencias que han cometido, tanto contra sus prójimos como contra los extranjeros. Se dice que un monje de Italia se presentó ante Alarico antes del sitio, y le suplicó respetar esta ciudad, y él le aseguró que no actuaba por sí mismo, sino que era continuamente empujado por una fuerza secreta. Los habitantes le hicieron cantidad de presentes para obligarlos a levantar el sitio, y le prometieron de hacer consentir al emperador en un acuerdo y en un tratado de paz.

(410) Alarico (...) retomó hacia Roma, y la tomó por complicidad. Abandonó las casas al pillaje. Pero, por respeto al apóstol San Pedro, no osó tocar la basílica que está alrededor de su tumba, donde muchas personas se refugiaron, y fue allí mismo donde construyeron después una nueva ciudad sobre las ruinas de la antigua.

La toma de una ciudad tan extensa y poblada como Roma, habiendo sido sin duda acompañada de un gran número de circunstancias muy notables, creo no deber dar lugar en mi historia sino a aquellas que pueden ensalzar la santidad de la Iglesia. Narraré, pues, aquí, una acción donde aparece la piedad de un extranjero, y la fidelidad conyugal de una mujer romana. Un joven soldado del ejército de Alarico, infectado de los errores de Arrio, habiendo visto una dama cristiana, y muy atada a la doctrina del Concilio de Nicea, se prendó de su belleza y la acometió con violencia. Como ella se resistía con todas sus fuerzas, él sacó la espada amenazando con matarla. Pero como la pasión no le permitía hacerle mal alguno, se contentó con herirle la piel del cuello. La sangre no dejó de correr en abundancia. Ella le presentó el cuello para morir antes que faltar a la fidelidad que debía a su marido. El soldado, habiendo hecho inútilmente los más grandes esfuerzos, admiró la pureza de su virtud, la llevó a la Iglesia de San Pedro y donó seis piezas de oro a quienes estaban encargados de defender la Iglesia, para que la protegieran y regresaran a su marido.

 

Sozómenos, Historia Eclesiástica (s.V), en: Piganiol, A., Le Sac de Rome, coll. Le Mémorial des Siècles, Les Evenements: Le Ve Siécle, Albin-Michel, 1964, Paris, pp. 265-266, 269- 270. Trad. del francés por José Marín R.