SITIO DE ROMA DEL 408 SEGÚN ZÓSIMO
(Nov. 408) ...cuando Alarico hubo rodeado las murallas y se hubo hecho dueño del Tíber y del puerto, impidió la entrada de los víveres. Los romanos, día a día, esperaban la ayuda de Ravenna. Pero no habiendo llegado ese socorro, se vieron obligados a racionar sus víveres, y a no cocer cada día sino la mitad del pan que cocían antes, y, después, a no cocer más que un tercio. Una vez que las provisiones fueron consumidas, la peste siguió al hambre. Como no se podían llevar los cuerpos de los muertos fuera de la Ciudad, porque los enemigos mantenían las puertas cerradas, tuvieron que enterrarlos dentro, y el hedor que exhalaban habría sido capaz de matar a los habitantes si ellos no hubieran muerto de hambre. Es verdad, con todo, que Leta, mujer del emperador Graciano, y Pisamena, su madre, quienes, por la liberalidad de Teodosio, obtuvieron para su mesa gran cantidad del ahorro, tuvieron la bondad de proveer de víveres a muchas personas. Pero una vez que la escasez fue tan extrema que los habitantes estuvieron casi reducidos a comerse unos a otros, después de haber intentado antes alimentarse de cosas que no se puede tocar sino con horror, resolvieron enviar una embajada a Alarico, para solicitarle la paz en condiciones favorables o para manifestarle que estaban preparados más que nunca para combatirle, y que habiéndose acostumbrado durante el sitio a manejar las armas, estaban en estado de hacerse temer. Se escogió para esta embajada a Basilio, gobernador provincial, originario de Hispania, y a Juan, el primero de los notarios, que se llaman tribunos, amigo particular de Alarico. Se dudaba aún si era él o algún otro el que sitiaba Roma, y corría el rumor de que era otro, oficial del partido de Estilicón, quien le había llevado delante de la ciudad. Cuando llegaron delante de él sintieron vergüenza de que los romanos hubiesen ignorado tan largo tiempo un hecho de esa importancia, y le dieron a conocer el objeto de su embajada de parte del Senado.
Alarico, habiendo escuchado sus discursos y sobre todo su aseveración de que el pueblo, teniendo las armas en la mano, estaba presto a librar la batalla, respondió que era más fácil cortar el heno cuando está espeso que cuando es escaso, y se echó a reír a carcajadas. Cuando hubieron entrado en conferencia sobre la paz, él les dijo palabras llenas de arrogancia dignas de un bárbaro, manifestando que no levantaría el sitio hasta que no le fuesen entregados todo el oro y toda la plata que había en la Ciudad, y todos los bienes y los esclavos extranjeros que allí se encontraran. Uno de los embajadores le preguntó qué le dejaría a los habitantes si les quitaba todas esas cosas: "Les dejaré la vida", respondió. Después de esta respuesta, pidieron permiso para ir a conferenciar con aquellos que les habían enviado, y obteniéndolo, les refirieron lo que se había avanzado de una y otra parte. Entonces los habitantes no dudaron más que no era sino Alarico quien los sitiaba, y viéndose privados de todos los medios de conservarse, se acordaron de la ayuda que antaño sus padres habían recibido durante los problemas, y de la cual habían sido privados desde que renunciaron a la antigua religión. Mientras tanto, Pompeianus, prefecto de la Ciudad, encontró algunas personas venidas de Toscana que le dijeron que la ciudad de Nerveia se había liberado de un peligro parecido por medio de los sacrificios, y que habiendo atraído del cielo los rayos y los truenos, habían expulsado a sus enemigos. Después de haber hablado con ellos, ejecutó las ceremonias prescritas en los libros de los pontífices; y, porque la religión contraria prevalecía ya, creyó necesario, para mayor seguridad, comunicar el asunto al obispo Inocencio antes de hacer algo. Prefiriendo el obispo la conservación de la Ciudad a su propia opinión, les permitió secretamente llevar a cabo sus ceremonias a la manera que ellos las entendían. Aquellas personas venidas de Toscana declararon que no se podía hacer nada que sirviera a la liberación de la ciudad sino haciendo sacrificios según la antigua costumbre; entonces el Senado subió al Capitolio, y allí ejecutó tan bien como en las plazas y los mercados las ceremonias acostumbradas. Pero algunos del pueblo, no habiendo osado asistir allí, despidieron a los toscanos, y se buscaron los medios de apaciguar la cólera del bárbaro. Se envió entonces una segunda embajada, y después de largas conferencias se convino al fin que la Ciudad pagaría cinco mil libras de oro, treinta mil de plata, y que se le daría cuatro mil túnicas de seda, tres mil tejidos de lana teñidos en púrpura, y tres mil libras de pimienta. Pero como entonces no había plata en el tesoro público, se hizo necesario que los senadores contribuyeran en proporción a sus bienes. Palladio fue elegido para regular esta contribución. Pero, ya fuese que hubiesen escondido una parte de sus bienes, o que las exacciones ávidas y continuas de los emperadores los hubiesen reducido a la pobreza, no se pudo reunir la suma entera. Para colmo de males, el genio malévolo que presidía los asuntos de ese siglo llevó a quienes estaban encargados de recaudar esa suma a tomar los ornamentos de los templos y de las imágenes de los dioses para completarla. Ello no era otra cosa que arrojar en el deshonor y el desprecio las imágenes cuyo culto había hecho floreciente a Roma durante tantos siglos. Por temor a que no faltara alguna cosa en la ruina del Imperio, se fundieron también algunas imágenes de oro y de plata, y entre otras, aquella de la Virtus, esa que hizo juzgar a aquellos que eran sabios en los misterios de la antigua religión que lo que restaba de virtud entre los romanos sería bien pronto totalmente extinguida.
...Habiéndose reunido de tal manera la plata que se había convenido, se mandó decir al emperador que Alarico, no contento con ello, pedía además como rehenes a los hijos de las mejores familias, mediante lo cual prometía no sólo convenir la paz con los romanos, sino también unirse a ellos para hacer la guerra a sus enemigos. Habiendo el emperador aceptado esas condiciones, se entregó la plata a Alarico, quien permitió a los habitantes salir durante tres días para comprar víveres y para llevar granos del puerto a la Ciudad, de tal modo que obtuvieron un poco de holgura para respirar. Unos vendieron lo que les quedaba para comprar aquello que les era necesario. Otros, en lugar de vender para comprar, obtenían por trueque lo que precisaban. Después, los bárbaros se retiraron de Roma y acamparon en Toscana. Salió de Roma durante tres días una tan prodigiosa cantidad de esclavos que se fueron a unir a ellos, que se cree que no eran menos de cuarenta mil. Algunos bárbaros, corriendo de un lado a otro, atacaron a romanos que venían de comprar víveres en el puerto. Cuando Alarico lo supo, tuvo el cuidado de hacer castigar a los autores de tal violencia, en las cuales él no quería tomar parte.
Zósimo, Historia Nueva (s.VI), en: Piganiol, A., Le Sac de Rome, Coll. Le Mémorial des Siècles: Les Evenements, Ve Siècle, Ed. Albin Michel, 1964, Paris, pp. 252-255. Trad. del francés por José Marín R.