SAQUEO DE ROMA SEGÚN SAN JERÓNIMO
Mientras estas cosas sucedieron en Jerusalén, llegó desde Occidente el terrible rumor del asedio de Roma. Sus ciudadanos se habían rescatado a precio de oro; pero, ya saqueados una vez, fueron saqueados de nuevo con peligro de no perder solamente su subsistencia sino también sus vidas. Mi voz se ahoga en sollozos mientras estoy dictando esta carta. Fue conquistada la Capital que conquistó al mundo entero, mejor dicho, cayó por hambre antes de caer por la espada, y los vencedores sólo encontraron pocos para tomarlos prisioneros. La extrema necesidad empujó a los hambrientos a buscar inefables alimentos: los hombres se devoraron sus propias carnes, y las madres no perdonaron a los lactantes en sus pechos, y recibieron en su cuerpo lo que su cuerpo antes había dado a luz. "Señor, las gentes han irrumpido en vuestra heredad y han profanado vuestro santo templo; como una barraca de hortelano han dejado a Jerusalén. Los cadáveres de vuestros siervos los han arrojado para pasto de las aves del cielo; han dado la carne de vuestros santos a las bestias de la tierra. Como agua han derramado la sangre de ellos alrededor de Jerusalén, sin que hubiere quien los sepultase" (Ps. LXXVIII, 1-3). "¿Quién podría cantar aquella noche de derrota, quién explicar con palabras aquella tremenda matanza o igualar con lágrimas su dolor? Cae la Urbe antigua, que por siglos dominaba el mundo, y por sus calles y casas a cada paso yacen los cadáveres: inmensa visión de la muerte" (Aen. II, 361-365 y 369).
Mientras tanto, en toda esta tremenda confusión, el cruento vencedor irrumpe también en la casa de Marcela. Séame permitido relatar lo que me contaron o, mejor dicho, reproducir lo que fue visto por testigos oculares, que os encontraron a vos, Principia, a su lado, compartiendo el mismo peligro. Me contaron que Marcela recibió a los intrusos con intrépido semblante y, preguntando aquéllos por su oro y sus tesoros escondidos, indicó, como por excusa, su vil túnica. Aquéllos, sin embargo, no quisieron creer a su voluntaria pobreza, y la pegaron con palos y la trataron a latigazos. Pero ella no sintió el dolor, mas postrándose con lágrimas a sus pies, les rogó que no os separasen a vos de su lado, ni que hiciesen sufrir a vuestra delicada juventud lo que ella no temió por su vejez. Y Cristo ablandó sus duros corazones, y hasta entre esas sangrientas espadas se halló lugar para un sentimiento de piedad y compasión. Los bárbaros os acompañaron, a las dos, hasta la basílica de San Pablo, para encontrar allí la salvación o la tumba. Me contaron que Marcela sintió de todo esto tan grande gozo que dio gracias a Dios por habérosle guardado sin sufrir ofensa, que la cautividad no la hizo pobre, sino que la encontró pobre, que ahora carecería del pan del día, pero que, hartada de Cristo, no sentiría hambre; en obra y en palabra reprodujo aquello: "Desnuda salí del vientre de mi madre, y desnuda volveré allí. Como el Señor lo ha querido, así fue hecho. ¡Sea bendito el nombre del Señor!" (Job, I, 21) (1)
¡Oh, qué gran maldad! ¡El mundo está por perecer, pero en nosotros no terminan los pecados! La Ciudad ilustre y la cabeza del Imperio Romano, se ha consumido en un incendio. No hay país donde no vivan desterrados algunos romanos. Iglesias sagradas en otro tiempo han caído, abrasadas y convertidas en cenizas y pavesas: ¡y con todo eso seguimos avarientos y codiciosos! Vivimos, como si no hubiese mañana, y edificamos casas y palacios, como si hubiésemos de vivir en este mundo para siempre. Las paredes resplandecen con oro, con oro las bóvedas, con oro los capiteles de las columnas: ¡Y delante de nuestras puertas está Cristo desnudo y padeciendo de hambre en los pobres! (2)
(1) San Jerónimo, Ep. CXXVII, A Principia (412), en: Huber, S., Cartas Selectas de San Jerónimo, Versión directa del latín, Ed. Guadalupe, 1945, Buenos Aires, pp. 493-496.
(2) San Jerónimo, Ep. CXXVIII, Al Caballero Gaudencio (414), en: Huber, S., Cartas Selectas de San Jerónimo, Versión directa del latín, Ed. Guadalupe, 1945, Buenos Aires, pp. 416.