OROSIO, HISTORIARUM ADEVRSUS PAGANOS LIBRI SEPTEM (VII, 43)
Año 1168 de la fundación de la Urbe... Al frente de los pueblos de los godos (Gothorum populis) se encontraba entonces el rey Ataúlfo, quien, tras la irrupción en la Urbe (irruptionem Urbis) y la muerte de Alarico, habiendo tomado como mujer a Placidia, cautiva, como ya dije, hermana del emperador, sucedió a Alarico en el reino (Alarico in regnum successerat). Este, como a menudo se ha oído, y como además con su fin probó, como celoso partidario de la paz, prefirió militar fielmente junto al emperador Honorio, y en favor de la defensa de la república romana (pro defendenda romana respublica) emplear el vigor de los godos. En efecto, yo también, precisamente, oí a un cierto hombre, Narbonense, ilustre bajo las milicias de Teodosio, religioso además, prudente y serio, relatar al bienaventurado presbítero Jerónimo, en Belén, ciudad de Palestina, que, habiendo sido íntimo amigo de Ataúlfo en Narbona, cuando éste se encontraba con ánimo, vigor y buen carácter, le gustaba referir algo: que en un primer momento había deseado ardientemente borrar el nombre romano (Romano nomine), a fin de que al suelo romano del todo hiciera y llamara imperio de los godos (Gothorum imperium); y, hablando vulgarmente, que fuese Gotia lo que Romania había sido (essetque, ut vulgariter loquar, Gothia, quod Romania fuisset); y fuese ahora Ataúlfo lo que antaño César Augusto. Pero, como la experiencia ha probado suficientemente, puesto que los godos no pueden de ningún modo someterse a las leyes a causa de su desenfrenada barbarie (effrenatam barbariem), ni es conveniente excluir de la república las leyes, sin las cuales la república no es república, eligió para sí, al menos, buscar su gloria en restituir íntegramente el nombre romano, y acrecentarlo con la fuerza de los godos, y ser considerado ante la posteridad como el autor de la restitución romana, después de no haber podido ser su sustituto. Por ésto se abstenía de la guerra, por ésto la paz era el brillante objeto de sus ansias, siendo influido en todas sus obras de buen gobierno por los consejos moderados, sobre todo los de su mujer, Placidia, de agudo ingenio ciertamente, y suficientemente proba por su religiosidad. Y mientras insistía celosísimamente en alcanzar y ofrecer esta paz, en Barcelona, ciudad de Hispania, traicionado por los suyos, según dicen (dolo suorum, ut fertur), es asesinado.
En: Migne, Patrología Latina, t. XXXI, col. 1172-1173. Trad. del latín por Héctor Herrera C. y José Marín R.