ORIGEN DE LOS GODOS SEGÚN JORDANES

  

(I) Contiene también este mar inmenso por el lado de la Osa, es decir, al Septentrión, una gran isla, llamada Scanzia, de la que tendremos que hablar, con el auxilio del Señor, porque del seno de esta isla salió como un enjambre de abejas para hacer irrupción en la tierra de Europa, la nación cuyo origen tanto deseas conocer. Cómo y por qué sucedió esto, lo explicaremos si el Señor nos asiste. 

(IV) Supónese que los godos con su rey, llamado Berig, salieron antiguamente de esta isla Scanzia, recipiente de naciones o vivero de pueblos (Scandza insula, quasi officina gentium aut certe velut vagina nationum). En cuanto saltaron de sus naves y tocaron tierra, dieron su nombre al paraje a que acababan de abordar, llamándose todavía hoy, según se dice, Gotiscanzia. Inmediatamente marcharon de allí contra los ulmerugos, establecidos entonces en las orillas del Océano, los atacaron después de haberse apoderado de su campamento y los arrojaron de las tierras que ocupaban. Poco después subyugaron a los vándalos, vecinos de este pueblo, y los añadieron a sus conquistas; y como el número de los godos había aumentado considerablemente durante su permanencia en aquel país, Filimer, hijo de Gandarico y quinto de sus reyes después de Berig, tomó, al principio de su reinado, la resolución de salir, partiendo a la cabeza de un ejército de godos, seguido de su familia y poniéndose en busca de un país que le conviniese y en el que pudiera establecerse cómodamente, llegando a las tierras de la Scitia, que los godos llamaban en su lengua Ovim. Pero, después de haber gozado de la gran fertilidad de aquellas comarcas, queriendo el ejército cruzar un río por medio de un puente, y habiendo pasado ya la mitad al otro lado, dícese que el puente se derrumbó y ya no pudo ninguno avanzar ni retroceder; porque, a lo que parece, aquel lugar está cerrado por un abismo rodeado de pantanos de suelo movedizo, de manera que, confundiendo la tierra con el agua, parece que la naturaleza ha querido hacerlo inaccesible. La verdad es que hoy todavía se oyen allí mugidos de rebaños y se descubren huellas humanas, según atestiguan viajeros a quienes se puede creer, a pesar de que han oído estas cosas desde lejos. En cuanto a aquellos godos que, bajo la dirección de Filimer, llegaron a la tierra de Scitia, después de pasar el río, como ya se ha dicho, tomaron posesión del país objeto de sus deseos. Después, sin perder tiempo, marcharon contra la nación de las spali, pelearon y alcanzaron la victoria. En fin, desde allí avanzaron rápidamente y como vencedores hasta el extremo de la parte de la Scitia que linda con el Ponto Euxino. Así lo refieren en general sus antiguas poesías, casi en forma histórica, y esto atestigua también en su muy verídica historia Ablabio, autor notable que escribió acerca de la nación de los godos, siendo también esta la convicción de otros historiadores antiguos. En cuanto a Josefo, ese historiador tan fiel a la verdad y tan digno de fe, ignoramos por qué, cuando tanto registra los tiempos remotos, guarda silencio acerca de estos orígenes de la nación de los godos que acabamos de exponer. Diremos, sin embargo, que, mencionando a los godos desde su llegada a Scitia, asegura que se les consideraba como scitas y que se les daba este nombre.

(VI) Los godos habitaron en tercer lugar cerca del mar del Ponto; y en esta época se habían hecho más humanitarios y esclarecidos, como antes dijimos. La nación estaba dividida en familias; los visigodos obedecían a la de los balthos; los ostrogodos a los ilustres amalos. Distinguíanse de los pueblos vecinos por su habilidad como arqueros... Antes de entregarse a este ejercicio celebraban con cánticos, acompañándose con la cítara, las hazañas de sus antepasados (maiorum facta), Ethespamara, Hanala, Fridigerno, Widicula y otros, tenidos en grande estima por esta nación y a quienes la antigüedad, que sin cesar se nos propone a nuestra admiración, apenas puede comparar sus héroes más famosos.

 

Jordanes, Historia de los Godos, en: Ammiano Marcelino, Historia del Imperio Romano, Trad. de N. Castilla, Librería de la Viuda de Hernando y Cía, 1896, Madrid, vol. 2, pp. 303-302, 307-309. Véase tb., para el c. IV: Le Goff, J., La Civilización del Occidente Medieval, Trad. de C. Serra, Ed. Juventud, 1969 (Paris, 1965), Barcelona; Musset, L., Las Invasiones. Las Oleadas Germánicas, Trad. de O. Durán, 1969, Labor, Barcelona.