CARTA DE ALCUINO SOBRE LOS PODERES DEL MUNDO (799)

 

Aconsejaría más cosas a vuestra dignidad si tuvierais tiempo de oírme y yo tuviera la facultad de hablar elocuentemente, porque a menudo la pluma suele sacar a la luz los secretos del amor de mi corazón y trata acerca de la prosperidad de vuestra excelencia y de la estabilidad del reino que os ha sido dada por Dios, y del progreso de la Santa Iglesia de Cristo, que de muchas maneras es perturbada por la maldad de los malos y manchada por los crímenes perversos, no sólo de personas corrientes sino también de los más nobles y altos, cosa la más terrible de todas.

Pues hasta ahora tres personas han alcanzado la cumbre de la jerarquía del mundo:

1º. El representante de la sublimidad apostólica, vicario del bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles, del cual ocupa la Silla. Lo que ha sucedido al que actualmente tiene esta sede, ha tenido a bien vuestra bondad hacérmelo saber.

2º. Viene luego el titular de la dignidad imperial que ejerce el poderío secular en la Segunda Roma. De qué manera impía ha sido depuesto el jefe de este Imperio, no por los extranjeros, sino por los suyos y por sus conciudadanos, se ha extendido por todas partes la noticia.

3º. En tercer lugar está la dignidad real que Nuestro Señor Jesucristo os ha reservado para que gobernéis al pueblo cristiano. Esta dignidad es superior a las otras dos y las eclipsa y sobrepasa en sabiduría.

Sólo en ti se apoyan ahora las iglesias de Cristo, de ti solo esperan la salvación; de ti, vengador de los crímenes, guía de los descarriados, consolador de los afligidos, sostén de los buenos. ¿Es que acaso no es en la sede de Roma, donde en tiempos floreció la religión de máxima piedad, donde se producen los ejemplos de la mayor impiedad? Pues estos mismos, obcecados en su corazón, obcecarán en su cabeza. Ni parece que allí haya temor de Dios, ni sabiduría, ni caridad. Pues, ¿qué clase de bien podrá haber allí donde no se encuentra nada de estas cosas? Pues si el temor de Dios se encontrara en ellos, nunca se atreverían; si se encontrara la sabiduría, no hubieran querido, y si la caridad, no hubieran obrado. Los tiempos son peligrosos, como hace mucho lo predijo la misma verdad porque la caridad de muchos se enfría. De ninguna manera hay que omitir el cuidado de la cabeza. Pues es menos grave que estén enfermos los pies a que lo esté la cabeza. Así pues hágase la paz con el pueblo impío, si es que puede hacerse; déjense a un lado las amenazas, para que los obcecados no huyan sino que se les retenga en la esperanza hasta que con saludable consejo de nuevo vuelvan a la paz. Pues hay que retener lo que se posee para que no por la adquisición de algo menor se pierda algo más importante. Guárdese la oveja propia para que el lobo rapaz no la devore. Así pues, afánese uno en lo extraño para no permitir daño en lo propio.

 

Alcuino, Ep. 174, en: Artola, M., Textos Fundamentales para la Historia, Alianza, 10ª ed., 1992 (1968), Madrid, pp. 48-49. Fragms. en:Barrios, M., Fuentes para la Historia de Carlomagno, Memoria Inédita, UCV, 1966, Valparaíso, p. 29. v. tb: Antoine, C., Martínez, H., Stambuk, M., Yáñez, R., Relaciones entre la Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarquía de Dante, Memoria Inédita, Academia Superior de Ciencias Pedagógicas, 1985, Santiago, p. 319, cit. a: Halphen, L., Carlomagno y el Imperio Carolingio, UTEHA, 1955, Méjico, p. 91; Amman, E., Los Carolingios, t. VI de la Historia de la Iglesia de Fliche-Martin, Edicep, 1976, Valencia, p. 154.