LOS HUNOS SEGÚN AMMIANO MARCELINO
Su ferocidad va más allá de todo lo imaginable; con la ayuda del hierro trazan profundas cicatrices en las mejillas de los recién nacidos, a fin de destruir todo germen de bozo; de esta manera envejecen imberbes y sin gracia, semejantes a eunucos. Tienen el cuerpo rechoncho, los miembros robustos, la nuca grosera. Su anchura de espaldas los convierte en terroríficos. Se diría que son animales bípedos o esas figuras mal talladas, en forma de troncos, que guarnecen los parapetos de los puentes... Los hunos no cuecen ni sazonan sus alimentos. Se nutren únicamente de raíces salvajes o de carne cruda del primer animal que encuentran a mano, recalentándose tan sólo durante cierto tiempo en la grupa de su caballo, sosteniéndola entre sus piernas. No tienen lugar en que abrigarse... Las casas no son empleadas entre ellos, como tampoco las tumbas... Se cubren de lienzo o de pieles de rata de los bosques, cosidas conjuntamente. No cuentan con un traje para el interior y otro para salir. Una vez que se han endosado su túnica de un color desvaído, no se la quitan hasta que se cae de vieja... Podría creérselos clavados sobre sus caballos... no echan pie a tierra ni para comer ni para beber. Duermen inclinados sobre el magro cuello de su montura, donde reposan a su gusto.
Ammiano Marcelino, en: Le Goff, J., La Civilización del Occidente Medieval, Trad. de J. de C. Serra, Ed. Juventud, 1969 (Paris, 1965), Barcelona, p. 36.