REGLA DE SAN AGUSTÍN

 

Ante todas las cosas, queridísimos Hermanos, amemos a Dios y después al prójimo, porque estos son los mandamientos principales que nos han sido dados.

He aquí lo que mandamos que observéis quienes vivís en el monasterio.

I

1. Primero que todo, ya que con este fn os habéis congregado en comunidad, vivid en la casa unánimes (Ps 67, 7) tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios (Act 4, 32).

2. Y no llaméis a nada propio, sino que todo lo tengáis en común, y que el prepósito distribuya a cada uno de vosotros el alimento y vestido (I Tim 6, 8), no igualmente a todos, porque no todos sois de la misma complexión, sino a cada uno según lo necesitare. Es así que leéis en los Hechos de los Apóstoles: "Tenían todas las cosas en común y se repartía a cada uno según lo necesitaba" (Act 4, 32-35).

3. Los que tenían algo en el siglo, al entrar en el monasterio, pónganlo de buen grado a disposición de la comunidad. Y los que nada tenían no busquen en el monasterio lo que fuera de él no pudieron poseer. Sin embargo, concédase a su debilidad cuanto fuere menester, considerando que su pobreza, cuando estaban en el siglo, no les permitió disponer ni aun de lo necesario.

4. Mas no por eso se consideren felices de haber encontrado el alimento y vestido que no pudieron tener cuando estaban fuera. Ni alcen la cabeza por verse asociados a quienes fuera no se atrevían ni a acercarse; más bien eleven su corazón (Col 3, 1-2) y no busquen las vanidades terrenas, no sea que comiencen a ser los monasterios útiles para los ricos y no para los pobres, si allí los ricos se hacen humildes y los pobres altivos.

5. Y quienes eran considerados algo en el mundo (Gal 2, 2) no osen menospreciar a sus Hermanos que vinieron a la santa sociedad desde la pobreza. Más bien, deben gloriarse, no de la dignidad de los parientes ricos, sino de la sociedad de los hermanos. Ni se vanaglorien por haber traído algunos bienes a la vida común, ni se ensoberbezcan más de sus riquezas por haberlas puesto a disposición del monasterio que si las disfrutaran en el siglo. (Pues sucede que otros vicios incitan a ejecutar malas acciones, la soberbia, sin embargo, se insinúa en las buenas obras para que perezcan). ¿Y en qué aprovecha distribuir las riquezas a favor de los pobres (Ps. 3, 9), y hacerse pobre, si el alma en su miseria se hace más soberbia despreciando las riquezas poseyéndolas?

6. Vivid, pues, todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros a Dios, de quien habéis sido hechos templos (I Cor. 3, 16).

II

1. Sed asiduos a las oraciones fijadas en las horas y tiempos establecidos. En el oratorio nadie haga sino aquello para lo que ha sido destinado, de donde le viene el nombre; si acaso hubiera algunos que, teniendo tiempo, quisieran orar allí, fuera de las horas establecidas, no se lo impida quien pensara hacer allí otra cosa.

2. Cuando oráis a Dios con salmos e himnos, que sienta el corazón lo que profiere la voz. Y no cantéis sino aquello que está prescrito cantar; pero lo que no está escrito para ser cantado, que no se cante.

3. Domad vuestra carne con ayunos y abstinencias en el comer y en el beber, en tanto os lo permita la salud. Pero cuando alguno no pueda ayunar, no tome alimentos fuera de la hora de las comidas, a no ser que se encuentre enfermo.

4. Desde que os sentáis a la mesa hasta que os levantéis, escuchad sin ruido ni discusiones lo que según costumbre se os leyere, para que no sea sólo la boca la que recibe el alimento, sino que el oído sienta también hambre de la palabra de Dios (Mt 4, 4).

5. Si los débiles por sus anteriores costumbres son tratados de manera diferente en la comida, no debe molestar a los otros, ni parecer injusto a los que otras costumbres hicieron más fuertes. Y éstos no consideren a aquéllos más felices, porque reciben lo que ellos no reciben, sino más bien deben alegrarse, por gozar de una fortaleza que esos hermanos no tienen.

6. Y si a quienes vinieron al monasterio desde una vida más delicada se les diese algún alimento, vestido, colchón o cobertor, que no se les da a otros, más fuertes y por tanto más felices, deben pensar quienes no lo reciben cuánto descendieron aquéllos de su vida anterior en el siglo hasta ésta, aunque no hayan podido llegar a la frugalidad de los otros que tienen una constitución más vigorosa. Ni deben querer todo lo que ven que reciben de más unos pocos, no como honra, sino como tolerancia Qúe detestable perversidad si, en el monasterio, sea donde, en cuanto pueden, se hacen laboriosos los ricos, y delicados los pobres.

7. Empero, así como los enfermos necesitan comer menos para que no se agraven, así también después de la enfermedad deben ser cuidados de tal modo que se restablezcan pronto, aun cuando hubiesen venido del siglo de una humilde pobreza; como si la enfermedad reciente les otorgase lo mismo que a los ricos su antiguo modo de vivir. Pero, una vez reparadas las fuerzas, vuelvan a su feliz norma de vida, tanto más adecuada a los siervos de Dios, que tienen menos necesidades. Y que el placer no los retenga, estando ya sanos, allí donde la necesidad los puso, cuando estaban enfermos. Así, pues, créanse más ricos quienes son más fuertes en soportar la frugalidad; porque es mejor necesitar menos que tener mucho.

III

1. Que no sea llamativo vuestro porte, ni procuréis agradar con los vestidos, sino con la conducta.

2. Cuando salgáis de casa, id juntos, cuando lleguéis adonde os dirigís, permaneced juntos. Al andar, al estar parados y en todos vuestros movimientos, no ofendáis la mirada de nadie, respetad la santidad de vuestro estado.

3. Aunque vuestros ojos se encuentren con alguna mujer, no los fijéis en ninguna. Porque no se os prohibe ver a las mujeres cuando salís de casa lo que es pecado es desearlas o querer ser deseados de ellas (Mt 5, 28). Pues no sólo con el tacto y el afecto, sino también con la mirada se provoca y nos provoca el deseo de las mujeres. No digáis: mi corazón es púdico, si vuestros ojos no lo son, pues la mirada impúdica denuncia un corazón impúdico. Y cuando, aun sin decirse nada, los corazones denuncian su impureza con miradas mutuas y, cediendo al deseo de la carne, se deleitan con ardor recíproco, la castidad desaparece de las costumbres, aunque los cuerpos queden libres de la violación impura.

4. Asimismo, no debe suponer el que fija la vista en una mujer y se deleita en ser mirado por ella que no es visto por nadie, cuando hace esto; es ciertamente visto y por quienes no piensa él que le ven (Pr 24, 12). Pero aun dado que quede oculto y no sea visto por nadie, ¿qué hará de Aquél que le observa desde arriba y a quien nada se le puede ocultar? ¿O se puede creer que no ve, porque lo hace con tanta mayor paciencia cuanta más grande es su sabiduría? Tema, pues, el varón consagrado desagradar a Aquél, para que no quiera agradar pecaminosamente a una mujer (Pr 24, 18). Y para que no desee mirar con malicia a una mujer, piense que el Señor todo lo ve. Pues por esto se nos recomienda el temor, según está escrito: "Abominable es ante el Señor el que fija la mirada" (Pr 27, 20).

5. Por lo tanto, cuando estéis reunidos en la Iglesia y en cualquier otro lugar donde haya mujeres, guardad mutuamente vuestra pureza; pues Dios, que habita en vosotros (II Cor 6, 16), os guardará también de este modo por medio de vosotros mismos.

6. Y si observáis en alguno de vosotros este descaro en el mirar de que os he hablado, advertídselo al punto para que lo que se inició no progrese, sino que se corrija cuanto antes. Pero si de nuevo, después de esta advertencia o cualquier otro día, sorprendéis a vuestro hermano caer en la misma falta, el que le sorprenda delátele al momento como a una persona herida que necesita curación; sin embargo, antes de delatarle, expóngaselo a otro o también a un tercero, para que con la palabra de dos o tres pueda ser convencido y sancionado con la severidad conveniente.

7. No penséis que procedéis con mala voluntad cuando indicáis esto. Antes bien, pensad que no seréis inocentes si vuestros hermanos, que una denuncia puede corregir, quedan abandonados, por vuestro silencio, a su perdición. Porque si tu hermano tuviese una herida en el cuerpo, que quisiera ocultar por miedo a la cura, ¿no sería cruel el silenciarlo y misericordioso el manifestarlo? Pues, ¿con cuánta mayor razón debes delatarle para que no emperore la llaga de su corazón?

8. Pero, en caso de negarlo, antes de exponérselo a los que han de tratar de convencerle, debe ser denunciado al prepósito, pensando que, corrigiéndole en secreto, puede evitarse que llegue a conocimiento de otros. Empero, si lo negase, tráigase a los otros ante él, para que delante de todos, de modo que no sea un solo testimonio el que lo inculpe, sino que sean dos o tres los que lo avergüencen (I Tim 5, 20).

9. Una vez convicto, según juzque el prepósito o bien el presbítero, a quien pertenece dirimir la causa, debe someterse a una sanción. Si rehusare cumplirlo, aun cuando él no se vaya de por sí, sea eliminado de vuestra sociedad. No se hace esto por espíritu de crueldad, sino de misericordia, no sea que, por un pernicioso contagio, un número mayor se pierda.

10. Y lo que he dicho en lo referente a la mirada obsérvese con diligencia y fidelidad en averiguar, prohibir, indicar, convencer y castigar los demás pecados, procediendo siempre con amor a los hombres y odio a los vicios.

11. Ahora bien, si alguno hubiere progresado tanto en el mal, que llegara a recibir secretamente cartas o algún regalo de una mujer, si espontáneamente lo confiesa, perdónesele y órese por él; pero si fuese sorprendido y convencido de su falta, sea castigado severamente, según el juicio del prepósito o del presbítero.

IV

1. Tened vuestros vestidos en un lugar común bajo el cuidado de uno o de dos o de cuantos fueren necesarios para sacudirlos, a fin de que no se apolillen. Y así como os alimentáis de una sola despensa, así debéis vestiros de un mismo guardarropa.

2. Y, a ser posible, no seáis vosotros los que decidís qué vestidos son los adecuados para usar en cada tiempo, ni si cada uno de vosotros recibe el mismo que había usado o el ya usado por otro, con tal de que no se niegue a cada uno lo que necesite (Act 4, 35).

3. Pero si de esa distribución provoca entre vosotros disputas y murmuraciones, quejándose alguno de haber recibido algo peor de lo que había dejado, y se sintiese indigno por no recibir un vestido semejante al de otro hermano, juzgad de ahí cuánto os falta en el santo vestido del corazón (Tt 2, 3), cuando así contendéis por el hábito del cuerpo. Mas si se tolera por vuestra flaqueza recibir lo mismo que dejasteis, tened, no obstante, lo que usáis, en un lugar común bajo la custodia de los encargados.

4. Que verdaderamente ninguna haga lo que sea en beneficio propio, sino que todos vuestros trabajos sean hechos para utilidad común, y ello con mayor dedicación, celo y constancia que si cada uno se ocupase de sus asuntos personales. La caridad, en fecto, como está escrito, no busca su propio interés (I Cor 13, 5). Ella supone que el bien común está por sobre el interés propio y no el interés propio sobre el bien común. Asimismo, es en tal medida que tendréis la certeza de un mayor progreso en cuanto ponéis mayor cuidado en el bien común que en vuestro interés personal. Que así, el uso indispensable de todos los bienes transitorios sea supeditado ar la caridad, que permanece por siempre (I Cor 12, 31 y 13, 13).

5. Así, cuando las personas del mundo ofrecen a sus hijos, parientes o amigos, que viven en el monasterio, dones, como hábitos u objetos de primera utilidad, que no se les reciba a escondidas; empero, que sean puestos a disposición del prepósito para que lo incluya en los bienes comunes, siendo entregados a quien tenga necesidad de ellos (Act. 4, 3). (Si alguno los oculta para su uso, que sea castigado por delito de hurto).

6. Lavad vuestra indumentaria, sea por vosostros mismos o un lavandero, según las disposiciones del prepósito. Ello, para evitar que manchéis vuestras almas por un exagerado deseo de un exterior limpio.

7. No se niegue tampoco el baño del cuerpo, cuando la necesidad lo aconseje; pero hágase sin murmuración, siguiendo el dictamen del médico, de tal modo que, aunque el enfermo no quiera, se haga por mandato del prepósito lo que conviene para la salud. Pero si no conviene, no se atienda a la fútil satisfacción, porque a veces, aunque perjudique, se cree que es provechoso lo que agrada. Por último, si algún siervo de Dios se queja de algún dolor escondido en el cuerpo, creásele sin dudar; empero, si no hubiese certeza de si para curar su dolencia conviene lo que le agrada, entonces consúltese al médico.

8. No vayan a los baños, o a cualquier otro lugar adonde hubiere necesidad de ir, menos de dos o tres. Y quien necesite ir a alguna parte, no vaya con quienes él quiera, sino con quienes manda el prepósito.

9. El cuidado de los enfermos, de los convalecientes o de quienes, aun sin tener frebre, padecen algún estado de debilidad, desbe ser confiado a un hermano, para que pida de la despensa lo que cada cual necesite. Los encargados de la despensa, de los vestidos o de los libros, sirvan a sus hermanos sin murmuración. Pídanse cada día los libros a la hora determinada y, si alguien los pidiere fuera de la hora señalada, no se le concedan. Los vestidos y el calzado, cuando quien los pide es porque los necesita, no tarden en dárselos quienes los guardan bajo su custodia.

V

1. No haya disputas entre vosotros, o, de haberlas, terminadlas cuanto antes para que la ira no se convierta en odio y de una paja se haga una viga (Mt 6, 3-5), convirtiéndose el alma en homicida. Pues así leéis: "Quien aborrece a su hermano es homicida" (I Jn 3, 15).

2. Cualquiera que ofenda a otro con injuria, con ultraje o con una acusación grave, procure remediar cuanto antes el mal que ocasionó presentando cuanto antes sus excusas, y el ofendido perdónele sin discusión. Si mutuamente se hubieran ofendido, mutuamente deben también perdonarse la deuda, en atención a vuestras oraciones (Mt 6, 12), que cuanto más frecuentes son, con tanta mayor sinceridad debéis hacerlas.

3. Con todo, mejor es el que, aun dejándose llevar con frecuencia por la ira, se apresura sin embargo a pedir perdón al que reconoce haber injuriado, que otro que tarda en enojarse, pero se aviene con más dificultad a pedir perdón. (El que rechaza perdonar al hermano, no debe esperar el beneficio de la oración). El que, en cambio, nunca quiere pedir perdón o no lo pide de corazón (Mt. 18, 35), en vano está en el monasterio, aunque no sea expulsado de allí. Por lo tanto, absteneos de proferir palabras duras.

4. Y, si alguna vez vuestra boca las profiere, no os avergoncéis de aplicar el remedio por la misma boca que produjo la herida.

5. Pero cuando la necesidad de la disciplina os obliga a emplear palabras duras para cohibir a los menores, si notáis que en ellas os habéis excedido en la mesura, no se os exige que pidáis perdón a los ofendidos, no sea que por guardar una excesiva humildad para con quienes deben estaros obedientes, se debilite la autoridad del que gobierna. En cambio, se ha de pedir perdón al Señor de todos, que conoce con cuánta benevolencia amáis incluso a quienes quizá habéis corregido más allá de lo justo. El amor entre vosotros no debe ser carnal, sino espiritual.

VI

1. Obedézcase al prepósito como a un padre (He 13, 17; Lc 10, 16), guardándole el debido respeto de su cargo, para no ofender a Dios él, y obedézcase aún más al presbítero, que tiene el cuidado de todos vosotros.

2. Corresponde principalmente al prepósito hacer que se observen todos estos preceptos y, si alguna no lo fuere, no se transija por negligencia, sino que se cuide enmendar y corregir aquello que no hubiese sido observado. Será su deber remitir al presbítero, que tiene entre vosotros mayor autoridad, lo que exceda de sus medios y sus fuerzas.

3. Ahora bien, el que os preside que no se sienta feliz por dominar con poder, sino por servir con caridad (Lc 22, 25-26; gal 5, 13). Ante vosotros, que os presida por honor; pero ante Dios, que esté postrado a vuestros pies por temor (Eccl 3, 20). Que sea ante todos ejemplo de buenas obras (Tit 2, 7), corrijiendo a los inquietos, consolando a los tímidos, recibiendo a los débiles, siendo paciente con todos (I Tes 5, 14). Observe las reglas con agrado e infunda respeto. Y aunque ambas cosas sean necesarias, busque más ser amado por vosotros que temido, pensando siempre que ha de dar cuenta a Dios por vosotros (He 30, 24). De ahí que, sobre todo obedeciendo mejor, no sólo os compadezcáis de vosotros mismos (Eccl 30, 24), sino también de él; porque cuanto más elevado se halla entre vosotros, tanto mayor peligro corre de caer.

4. Que el Señor os conceda observar todas estas prescripciones con amor, como enamorados de la belleza espiritual, e inflamados por el buen olor de Cristo (Eccl 44, 6; II Cor 2, 15), que emana de vuestro buen trato (I Pe 3, 16); no como siervos bajo la ley, sino como hombres libres bajo la gracia (Rom 6, 14, 22).

5. Y para que podáis miraros en este librito como en un espejo (Jc I, 23-25) y no descuidéis nada por olvido, léase una vez a la semana. Y si encontráis que cumplís lo que está escrito, dad gracias a Dios, dador de todos los bienes. Pero si alguno de vosotros ve que algo le falta, arrepiéntase de lo pasado, prevéngase para lo futuro, orando para que se le perdone la deuda y no caiga en la tentación (Mt 6, 12-13). Amén.

 

La presente traducción se ha hecho teniendo a la vista la versión latina de la obra de A. Sage, las ediciones en francés de A. Sage y Luc Verheijen, como también la versión en español de la "página" web de la Orden de San Agustín en Internet, que, nos parece, adolece de varias fallas que, esperamos, hayan quedado corregidas en nuestra traducción. Véase Marín, J., "Notas preliminares para una relectura de la Regula Agustini", en: Intus Legere, nº2, 1999, Universidad Adolfo Ibáñez, Instituto de Humanidades, pp. 31-47.