DESTRUCCIÓN DE CONSTANTINOPLA

 

En el año 1202 de la encarnación del Señor, siendo jefe de la Iglesia Romana nuestro señor Inocencio, mientras Felipe y Otón combatían por el Imperio Romano, el cardenal maestro Pedro cruzó los Alpes hacia Borgoña, Champaña, Francia y Flandes donde predicó la cruzada. Con su mandato también el maestro Fulco, varón de santa reputación, recorrió predicando las regiones vecinas. Muchos de los fieles tomaron la cruz; entre ellos éstos son los principales: el obispo de Soissons, el obispo de Troyes, el abad de Vaux de Cernay, el abad de Loos y otros cinco abades de la orden Cisterciense; el conde de Champagna, el conde de Saint-Pol, el conde de Blois, el conde de Flandes y sus dos hermanos, los obispos alemanes de Basilea y de Halberstadt, el abad de Pairis, el conde Bertoldo y una gran multitud tanto de clérigos como de laicos y de monjes. El conde de Champaña, cuando ya había dispuesto todo lo necesario para emprender la marcha, murió; su dinero y todo lo que él había alistado para su viaje lo recibió el marqués, quien juró que lo que aquél había prometido él mismo habría de ejecutar; por lo cual fue elegido al instante jefe del ejército. El conde de Perche antes de iniciar la marcha, pereció; su cruz la recibió su hermano el señor Esteban. También el maestro Fulco cuando estuvo preparado, murió; sus inmensos bienes los recibieron el señor Odo de Champaña y el castellano de Coucy con la autorización del rey de Francia y sabiendo que deberían ser destinados a la obra de este sacro ejército. Así, cuando este ejército proveniente de distintas partes del mundo se concentró en Longobardia, los longobardos, celebrado un consejo, promulgaron un edicto [que ordenaba] que ningún cruzado fuera hospedado más de una noche y que no se les vendieran víveres, y los persiguieron de ciudad en ciudad. También el señor Papa había previsto que el cruce se hiciera por Venecia. Cuando llegaron allí, del mismo modo fueron expulsados de las casas de la ciudad e instalados en la isla de San Nicolás. Una vez establecidas allí las tiendas de campaña aguardaron el cruce desde las Kalendas de junio hasta las Kalendas de octubre. Un sextario de trigo se vendía a cincuenta sólidos. Los venecianos, siempre que les placía, ordenaban que nadie permitiera salir a ningún cruzado de la isla antes mencionada y por todos los medios los trataban casi como a prisioneros. Entonces estalló un gran temor en el pueblo por lo cual muchos regresaron a la patria, muchos corrieron hasta la Apulia hacia otros puertos y atravesaron el mar; una mínima parte permaneció allí, entre los cuales se produjo una mortandad tan sorprendente de manera tal que los muertos apenas podían ser sepultados por los vivos.

En la festividad de Santa María Magdalena el señor cardenal Pedro llegó a Venecia y confortó de modo admirable a todos los cruzados con la exhortación de su prédica; con cartas suyas envió de regreso a su patria a los débiles, a los pobres, y a las mujeres y a todas las personas enfermas. Hecho esto él mismo se retiró y regresó a Roma. En el día de la Asunción de Santa María llegó al ejército el marqués y fue confirmado como conductor del mismo. Todos los barones le juraron a los venecianos que ellos los ayudarían durante un año. Entretanto se dispusieron y equiparon las naves. Eran cuarenta naves, sesenta y dos galeas, cien hipagogas. Comenzaron a marchar en las Kalendas de octubre. Cuando salieron del puerto naufragó la nave Viola del señor Esteban de Perche. Los venecianos con los cruzados dirigiéndose hacia el norte por el mar llegaron a Istria, obligaron a rendirse a Trieste y a Muggia, y forzaron a pagar tributo a toda Istria, Dalmacia y Eslavonia. Navegaron hacia Jadra donde expiró el pacto. En la festividad de San Martín entraron al puerto de Jadra, la sitiaron desde todas partes, tanto por tierra como por mar,. erigieron más de ciento cincuenta máquinas y catapultas y escalas y torres de madera y numerosos instrumentos bélicos; también socavaron el muro. Visto esto los habitantes de Jadra entregaron la ciudad el día quince, así como también pusieron en posesión de los venecianos todos sus bienes con tal de salvar sus personas. El dux retuvo para sí y los suyos la mitad de la ciudad, la otra mitad la dio a los cruzados. Saquearon la villa sin misericordia. Al tercer día de haber entrado en Jadra surgió un conflicto entre los venecianos y los cruzados, en el cual perecieron cerca de cien hombres. Los barones retuvieron para sí las riquezas de la ciudad, nada dieron a los pobres, que padecieron mucha privación y hambre. Como mucho clamaran ante los barones, pidieron naves para que los llevaran a Ancona; y unos mil partieron con autorización y sin permiso también más de mil. Se decretó entonces que ninguno osara abandonar el ejército. También de las hipagogas que los llevaban dos naufragaron. El ejército invernó junto a Jadra. Los Venecianos derribaron los muros y casas de la ciudad desde sus cimientos, de manera que no quedaran en pie. Mientras las naves estuvieron en el puerto de Jadra, tres de los navíos grandes se hundieron.

En el día de la circuncisión llegó un enviado del rey Felipe con cartas suyas, rogando al marqués y a los barones que apoyaran en su gestión a su cuñado el emperador Alejo. El marqués junto con todos los barones le prestó juramento. Cuando la gente supo esto, es decir que ellos debían ir a Grecia, se reunieron y puestos de acuerdo, juraron que ellos nunca habrían de ir allí. Por lo cual el abad de Vaux de Cernay y el señor Simón de Montfort y Enguerrando de Boyes se retiraron junto con una gran cantidad de soldados y otros, y al llegar a Hungría fueron acogidos honorablemente por el rey. El domingo de Ramos Reinaldo de Montmirail fue enviado en misión a Siria. El segundo domingo después de Pascua las naves comenzaron a salir de Jadra. Por entonces llegó de Alemania el emperador Alejo. Todas las villas, ciudades y castillos desde Ragusa hasta Corfú lo recibieron favorablemente. El ejército se congregó ante Corfú; en Pentecostés abandonó Corfú -allí murió Balduíno, el hermano del conde de Flandes- y llegó felizmente a Constantinopla, y en su trayecto todas las islas se le sometieron.

En las Kalendas de julio las naves llegaron a Constantinopla y desembarcaron por la fuerza, oponiéndose el emperador con todo su ejército. El emperador huyó con los suyos al interior de la ciudad, nosotros la sitiamos. En el octavo día después del de los apóstoles Pedro y Pablo tomamos por la fuerza el fuerte que estaba en el puerto fuera de la ciudad y con dificultad escapó alguno de los que estaban en él. Los cruzados sitiaron la ciudad por tierra: los Griegos en varias ocasiones lucharon con ellos, y de ambas partes muchos cayeron muertos. Entre tanto los Venecianos devastaron la ciudad por mar con máquinas y catapultas y ballestas y arcos. También en esta lucha murieron muchos, tanto de los venecianos como de los Griegos. Entonces los venecianos levantaron sorprendentes escalas en sus naves, una en cada una, y adosándolas al muro penetraron por medio de esas mismas escalas, pusieron en fuga a los Griegos y prendieron fuego, e incendiaron y saquearon gran parte de la ciudad, y así pasaron todo aquel día. Al llegar la noche, el emperador después de haber reunido a todos cuantos pudo juntar, huyó furtivamente. Al día siguiente los Griegos se entregaron y también [entregaron] la ciudad en manos de los cruzados. Los cruzados, abiertas ya las puertas, entraron, y al llegar al palacio real, el cual es llamado Blaquernas, encontraron encadenado y encarcelado a Cursac, a quien su hermano había arrancado los ojos y allí encerrado. Liberaron a Cursac e impusieron la corona a su joven hijo Alejo. Por este gran favor Alejo juró, que durante un año entero alimentaría al ejército, tanto a los venecianos como a los cruzados. También juró, que si querían invernar en Constantinopla con él, él mismo al llegar el próximo marzo, partiría con ellos, después de haber recibido la cruz junto con todos cuantos él pudiera reunir. Con respecto a lo dicho ofreció garantías. De esta manera quedó restablecida la armonía entre Griegos y Latinos. Sin embargo sucedió que en el octavo día de la Asunción de Santa María, se produjo una disputa entre Griegos y Latinos. De una y otra parte acudieron a las armas. El número de los Griegos creció; los Latinos se retiraron y, como de otro modo no podían defenderse, recurrieron al fuego. Visto esto muchos del ejército vinieron en auxilio de los Latinos y multiplicaron el fuego, y destruyeron y saquearon casi la mitad de la ciudad. Los barones interpusieron sus fuerzas y por segunda vez hicieron la paz. Sin embargo ninguno que proviniera del Imperio Romano, permanecería dentro de la ciudad, ni tampoco aquellos que todos los días de su vida habían habitado allí. Y de todos se hizo un solo ejército.

Entre tanto el nuevo emperador obligó a perseguir a su tío paterno, a quien él mismo ya había hecho huir de la ciudad, y reunió un gran ejército de Griegos. Además dio muchos regalos y sólidos, tanto a los jinetes como a los infantes de nuestro ejército, para que vinieran con él. También hasta el marqués marchó con él y el señor Enrique, hermano del conde de Flandes. Y así llegaron a Andrinópolis. Sin embargo como el emperador no cumpliera lo prometido al señor Enrique, éste, abandonándolo inmediatamente regresó al ejército y condujo consigo a muchos jinetes e infantes. El marqués permaneció con pocos cristianos junto al emperador. Así el emperador con sus Griegos y con aquellos Latinos que habían permanecido con él recorrió toda Grecia, y fue acogido y aprobado por la totalidad de los Griegos y todos los principales hombres de Grecia eso hicieron. Después de esto el emperador junto con todo su ejército regresa a Constantinopla y es recibido con gran honor, y aquello que había prometido a los cruzados y a los venecianos tanto en víveres como en oro y plata, demora en cumplir. Y al segundo día después del "Ad te levavi" sucedió que los Griegos se levantaron otra vez contra los Latinos dentro de Constantinopla. Acudieron los Griegos, insultaron a los Latinos, unas veces los hacen huir, otras huyen. Los barones del ejército latino se afligen a causa de esta desventura: prohiben que se preste auxilio a aquéllos, que tan temerariamente habían atacado a los Griegos. Así el número de los Griegos aumentó, caen sobre los Latinos, dan muerte sin misericordia a los que han capturado, queman a los muertos, y no respetan ni edad ni sexo. Alentados por esto los Griegos provocan nuevamente a los Latinos, atacan con sus botes y barquichuelos las naves de aquéllos. Los cruzados y los venecianos soportando difícilmente esto, aparejan las galeas y los barcos y embisten a los Griegos. Los Griegos huyen, los Latinos los persiguen hasta el muro de la ciudad, a muchos dan muerte, capturan en el puerto numerosas naves de los Griegos cargadas con gran cantidad de mercancías y vituallas. En el día de San Juan Evangelista los cruzados y los venecianos aparejan nuevamente las galeas y los barcos y ya al comenzar el día se encuentran en el puerto ante Gonstantinopla, y nuevamente capturan gran número de naves; y así perecieron muchos. En el día de la circuncisión del Señor, durante el primer sueño los Griegos reunieron quince de sus naves, y las cargaron con leños cortados, con pez y aceite e incendiándolas y así ardiendo las dirigen hasta las naves de los venecianos, para destruirlas de este modo por el fuego. Una sola entre tantas naves ardió. Al día siguiente de Epifanía los Griegos salieron de la ciudad a caballo. El marqués con unos pocos de los suyos les salió al encuentro, muchos de los Griegos fueron muertos, y capturados algunos hombres importantes; de la facción del marqués mueren dos soldados y un escudero. Durante todo el transcurso de estas luchas los venecianos con los cruzados recorren una y otra ribera del Brazo con galeas y barcos y vuelven a apoderarse de un inmenso botín; incendian muchos edificios en ambas márgenes. Recorrieron durante dos días de marcha numerosos lugares de los alrededores; se apoderan de numerosas presas, capturan hombres, rebaños y majadas y todo lo que pueden hallar lo llevan consigo y ocasionan muchos daños a los Griegos. Al ver esto los Griegos, es decir que ellos y su tierra son destruidos, toman prisionero a su emperador y vuelven a encarcelarlo, y ponen al frente de ellos a Murzufles, el principal autor de esta gran traición, y lo invisten de gran autoridad y lo proclaman rey en el palacio de Blaquernas. Entre tanto la plebe común y el populacho de Santa Sofía se dan otro rey y eligen a Nicolás, apodado Macellario. Entonces Murzufles, habiendo concentrado todas sus tropas en la Iglesia de Santa Sofía, lo sintió y finalmente lo tomó y lo estranguló y logró reinar él solo.

Entre tanto el señor Enrique, hermano del conde, con muchos soldados, tanto jinetes como infantes, prosiguió hasta un campamento que es llamado Pilea y lo tomó y de allí se llevó un gran botín, tanto en hombres como en otras cosas. Cuando regresaba, Murzufles ya prevenido, le puso una celada en aquel lugar con quince mil hombres; y saliendo al encuentro luchó con aquél, y fue vencido, y muchísimos Griegos fueron muertos y el mismo Murzufles fue herido y pudo apenas huir, y estuvo escondido entre zarzas y perdió el caballo y todos los símbolos imperiales, es decir la corona y la lanza y una imagen de la gloriosa Virgen, que siempre solía preceder a los reyes en la guerra, toda de oro y piedras preciosas. Con esta victoria el señor Enrique regresó al ejército. También Murzufles durante la noche volvió a la ciudad, y sacando al emperador de la cárcel, lo estranguló con un lazo. Entre tanto el ejército es preparado para atacar la ciudad y todos se embarcaron con todos sus pertrechos para invadir la ciudad con las naves. En el sexto día antes de la Pasión del Señor, que fue el quinto antes de los Idus de abril, conducen las naves contra los muros, y efectúan el asalto, y muchos, tanto de los nuestros como de los griegos, son muertos. Pero como el viento nos era desfavorable, el cual nos alejaba de los muros, retrocediendo entramos en el puerto en el cual anteriormente estuvimos y esperamos la llegada del Bóreas. Comenzó a soplar el Bóreas en la víspera de los Idus de abril; nosotros acercamos nuevamente las naves contra los muros y combatimos con los Griegos y los expulsamos de sus muros y entramos en la ciudad; hubo mucha matanza de Griegos. Como éstos nos perseguían de cerca sin detenerse prendimos fuego y por medio del fuego los rechazamos. Al llegar la noche Murzufles huyó con unos pocos. Al día siguiente todos los Griegos cayeron a los pies del marqués, y ellos se entregaron y también todas sus cosas pusieron en sus manos. Entonces nos instalamos y los Griegos huyeron de la ciudad. Pusimos en común todo el botín y nuestras ganancias y llenamos tres torres muy grandes con plata. Entonces comenzó a considerarse acerca de la designación de un emperador. Fueron nombrados seis de nuestra parte, y seis de parte de los venecianos, a quienes les fue otorgada potestad para elegir emperador. Estos reuniéndose en el octavo día de Pascua, en presencia de toda nuestra gente y de los venecianos, eligen y nombran emperador a Balduíno conde de Flandes, quien fue aprobado por el ejército, y fue coronado el domingo siguiente en el cual se canta el Jubílate. Al mismo tiempo los Venecianos ocuparon la Iglesia de Santa Sofía diciendo: "el Imperio es vuestro, nosotros tenemos el patriarcado". Se produjo el cisma entre nuestro clero y los venecianos; nuestro clero apeló y reservó para el Papa la ordenación en la Iglesia de Santa Sofía. Entre tanto comenzaron a repartir los bienes y a entregar como adelanto, veinte marcos a cada soldado, diez marcos a cada clérigo y a cada [escudero] y cinco marcos a cada infante.

 

"Devastatio Constantinopolitana", Introducción, traducción y notas por M.A.C. de Muschietti y B.S. Díaz Pereyra, en: Anales de Historia Antigua y Medieval, Nº 15, 1970, Buenos Aires, pp.171-200, texto de la crónica en pp. 185-199.