Diocleciano, que fue inventor de crímenes y un maquinador de maldades, al tiempo que arruinaba todas las demás cosas, tampoco pudo abstenerse de levantar sus manos contra Dios. Con su avaricia y su timidez alteró la faz de la tierra. En efecto, dividiendo la tierra en cuatro partes hizo a otros tres emperadores partícipes de su poder. Paralelamente multiplicó el ejército, pues cada cual contendía por disponer de un ejército mayor que el que cada uno de los emperadores anteriores había tenido cuando uno solo estaba al frente de todo el Estado. Se llegó al extremo de que era mayor el número de los que vivían de los impuestos que el de los contribuyentes, hasta el punto de que, al ser consumidos por la enormidad de las contribuciones los recursos de los colonos, las tierras quedaban abandonadas y los campos cultivados se transformaban en selvas.
Lactancio, De la muerte de los perseguidores, en: Cruz, N., "Relaciones Cristianismo-Imperio Romano. Siglos I, II, III", en: Revista de Historia Universal, nº 8, 1987, Santiago, pp. 129.