PSEUDO DIONISIO AREOPAGITA, "LA JERARQUÍA CELESTE" (c. 500)

 

(I) Todo don excelente, toda donación perfecta, viene de lo alto y desciende del Padre de las luces. Pero todo proceso que bajo la moción del Padre, revela su luz, cuando ella nos visita generosamente, de vuelta, a título de potencia unificante, suscita nuestra tensión hacia lo alto y nos convierte a la unidad y a la simplicidad deificante del Padre concentrador. Porque todo es de El y para El, como dice la santa palabra.

Es por ello que, en lo que concierne también a nuestra santísima jerarquía, el Principio iniciador que instituyó los ritos sagrados -habiéndola juzgado digna de imitar de forma supramundana las jerarquías celestes y habiendo presentado dichas jerarquías inmateriales bajo una confusa mezcla de figuras materiales y de composiciones aptas para darles forma- nos ha entregado esta tradición a fin de que, en la medida en que estamos constituidos, seamos, a partir de estas muy santas ficciones, elevados a las elevaciones y asimilaciones simples y sin figura, porque nuestro espíritu no sabría alzarse a esta imitación y contemplación inmaterial de las jerarquías celestes, a menos que sea conducido por imágenes materiales que convengan a su naturaleza, de tal modo que considere las bellezas aparentes como copias de la belleza inaparente, los perfumes sensibles como figuras de la difusión inteligible y las luces materiales como imágenes del don de luz inmaterial, de suerte de que los rodeos de los cuales hacen uso las enseñanzas sagradas representan para él la plenitud de contemplación según el espíritu, el orden de las disposiciones de acá abajo el hábito adaptado y ordenado a las realidades divinas, la recepción de la santísima eucaristía la participación en Jesús, de modo que sepa que todos dones transmitidos a las esencias celestes sobre un mundo supramundano, nos han sido entregados a nosotros en forma de símbolos.

...es por imágenes sensibles como El ha representado los espíritus supracelestes, en las composiciones sagradas que nos ofrecen los Dichos, a fin de elevarnos por medio de lo sensible a lo inteligible y, a partir de los símbolos que figuran lo sagrado, hasta las cimas simples de las jerarquías celestes.

(III) La jerarquía a mi entender es un orden sagrado, una ciencia, una actividad asimilándose, tanto como es posible, a la deiformidad y, según las iluminaciones de las que Dios le ha hecho don, elevándose en la medida de sus fuerzas hacia la imitación de Dios. Y si la Belleza que conviene a Dios, siendo simple, buena, principio de toda iniciación, es enteramente pura de toda diferencia, Ella hace participar a cada uno, según su valor, en la luz que está en Ella y Ella lo perfecciona en una muy divina iniciación dando forma armoniosamente a los iniciados en la inmutable semejanza de su propia forma.

(XII) O aún, para hablar más claramente, haciendo uso de imágenes apropiadas, inadecuadas seguramente para Dios que está separado de todas las cosas, pero más evidentes a nuestros ojos, digamos que la difusión del rayo solar atraviesa la primera materia, la más traslúcida de todas y a través de ella hace brillar más luminosamente sus propios resplandores, pero que, desde que se encuentra con materias más opacas, más reducida es su manifestación difusora, en razón de la inaptitud de las materias iluminadas a poseer un hábito transmisor del don de la luz, ella decrece poco a poco de este nivel hasta que finalmente la transmisión llega a ser casi imposible.

(XV) Si la Palabra de Dios representa aún las esencias celestes bajo las especies del bronce, el electro y las piedras multicolores, es porque el bronce, uniendo en él la doble apariencia del oro y la plata, manifiesta la pureza incorruptible, inagotable, sin defecto e intangible del oro y al mismo tiempo el resplandor brillante, luminoso y celeste de la plata; es porque al electro, por las razones ya dadas, es preciso atribuirle sea la figura del oro, sea la del fuego; y en cuanto a las imágenes multicolores de las piedras, es preciso pensar que ellas simbolizan, si son blancas, la figura de la luz, rojas la del fuego, amarillas la del oro, verdes la juventud y la flor del alma, y para cada forma encontrarás imágenes capaces de elevar el espíritu.

 

(En: Yarza, J., et alt., Textos y Documentos para la Historia del Arte, II, Arte Medieval, I, Edad Media y Bizancio, Ed. Gustavo Gili, 1982, Barcelona., pp. 30 y ss.)