PABLO SILENCIARIO, "DESCRIPCIÓN DE SANTA SOFÍA" FRAGMS. (563)

 

Elevándose sobre el espacio inconmensurable está el yelmo redondeado en todos los lados como una esfera, y que, radiante como los cielos, cubre el techo de la iglesia. En su misma cima se ha representado una cruz, protectora de la ciudad. Es una maravilla ver cómo la cúpula, muy ancha en la zona inferior, va disminuyendo a medida que se eleva. No constituye, no obstante, un agudo pináculo, sino que es como el firmamento que descansa sobre el aire...

En el mismo ombligo se ha pintado el signo de la cruz dentro de un círculo por medio de mosaico diminuto, para que el salvador del mundo entero pueda por siempre jamás proteger la iglesia. En la base de la media esfera se ha situado cuatro ventanas en arco, a través de los cuales se canalizan los rayos de la Aurora de rubios cabellos...

Antes de alcanzar el resplandor del mosaico, el albañil ha dispuesto de manera ondulante, con sus propias manos, finas piezas de mármol, y con ellas ha representado, sobre los muros, arcos que se unen, cargados con fruta, cestas y hojas y pájaros colgados de las ramas. La viña sarmentosa con retoños como bucles dorados traza su curvada huella y ondea una cadena espiral de racimos. Se proyecta hacia delante como para eclipsar en cierta medida con sus racimos serpenteantes la piedra que está cerca.

Tal ornamentación envuelve la iglesia maravillosa. Y sobre las altas columnas, por debajo del extremo pétreo que se proyecta, se ha desarrollado un tapiz de acantos ondulantes, una superficie en la que vagan puntos erizados, todos dorados y llenos de gracia. Esto rodea a unos escudos de mármol, discos de pórfido que resplandecen con tal belleza que el corazón queda encantado. La cubierta se compone de compactas teselas sobredoradas y de las que parte una brillante corriente de rayos dorados, que se vierten con abundancia y golpean los ojos de los hombres con fuerza irresistible. Es como si miraras al sol del mediodía en primavera, cuando dora las cimas de las montañas.

Buena parte de la gran iglesia en el sector del arco oriental, que se ha reservado para el sacrificio incruento, no se ha cubierto ni de marfil ni de sillares o bronce, sino que se esconde bajo una cubierta de plata. No sólo sobre las paredes que separan el sacerdote del coro de cantantes, sino también sobre las columnas, seis parejas en total, ha colocado planchas de plata pulida, que extiende lejos y en amplitud sus rayos. Sobre ellos la herramienta, conducida por una mano experta, ha vaciado de manera artística discos más apuntados que un círculo, y en su interior se ha grabado la figura del Dios inmaculado, quien, sin semilla, adoptó forma humana. Además, se ha esculpido la hueste de ángeles alados, doblando sus cuellos hacia abajo, pues son incapaces de mirar la gloria de Dios, aunque se esconda bajo el velo de una forma humana -Él es todavía Dios, aunque se haya vestido de la carne para librar de los pecados... Tampoco ha olvidado el artista las imágenes de los que abandonaron su trabajo humano -la cesta de pescar y la red- y los cuidados perniciosos para seguir el mandato del Rey celestial, pescando para los hombres, pero en lugar de repartir peces, extendieron las redes de la vida eterna. Además se ha pintado a la madre de Cristo, el vaso de eterna vida, cuya matriz acogió a su mismo Creador. Y en los paneles medios de la sagrada pantalla que forma una barrera alrededor de los sacerdotes santificados, la herramienta del escultor ha figurado un símbolo que significa muchas palabras, ya que combina los nombres de la emperatriz y del emperador: es como un escudo con una protuberancia, en cuyo centro se ha esculpido el signo de la cruz. La pantalla da acceso a los sacerdotes a través de tres puertas.

 

(En: Yarza, J., et alt., Textos y Documentos para la Historia del Arte, II, Arte Medieval, I, Edad Media y Bizancio, Ed. Gustavo Gili, 1982, Barcelona, pp. 107 y ss.)