LA ALEXÍADA DE ANA COMNENO Y LA PRIMERA CRUZADA
Libro X
V. Inicio de la Primera Cruzada. Proclama de Pedro el Ermitaño a occidente.
1. Después de haberse repuesto un poco de sus grandes fatigas y a raíz de unos informes sobre las correrías y los despiadados pillajes que los turcos estaban haciendo por el interior de Bitinia, aprovechando los problemas surgidos en occidente que habían absorbido la atención del soberano en esta parte del imperio y que lo habían entretenido más en éstos territorios que en aquéllos (dedicaba sus esfuerzos a lo más urgente), elaboró un proyecto grandioso y digno de su persona, pensado para reforzar Bitinia y protegerse de las incursiones de los turcos gracias a las medidas que expondremos a continuación, ya que merece la pena contar en qué consistían aquellas medidas.
2. El río Sangaris y la costa que se extiende en línea recta hasta la aldea de Quele y la que se repliega hacia el norte encierran un extenso país dentro de los limites que forman. Pues bien, los hijos de Ismael, que desde siemprehemos tenido como pérfidos vecinos, a causa de la enorme carencia de defensores que sufría devastaban fácilmente este país, pasando por la región de los mariandenos y por la de los que viven al otro lado del río Sangaris, que solían cruzar para acosar Nicomedia. Mientras el emperador intentaba reprimir el empuje de los bárbaros y fortificaba sobre todo Nicomedia contra las incursiones al interior de su región, observó un extenso foso que se encontraba más abajo del lago Baanes y cuyo curso él siguió hasta el final; por su configuración y su posición concluyó que este accidente no era un producto espontáneo de la tierra y que no había sido excavado de modo natural, sino que era obra del hombre. Gracias a sus indagaciones junto a algunas personas acabó sabiendo que esa zanja había sido cavada por orden de Anastasio Dícuro, aunque esas personas no podían explicar su finalidad; el soberano Alejo, por su parte, opinaba que aquel soberano había proyectado trasvasar agua del lago a ese canal artificial. Pues bien, con el mismo propósito el soberano Alejo ordenó cavar el foso a gran profundidad.
3. Temiendo que las aguas no fueran vadeables en el punto de enlace de las corrientes, erigió una poderosa fortaleza, segura e inexpuguable en toda su extensión tanto por el agua como por la altura y grosor de sus murallas; ésta fue la causa de que se la llamara Sidera. Aún hoy ese férreo baluarte es una plaza fuerte delante de una plaza fuerte y una muralla delante de una muralla. El soberano en persona inspeccionaba la construcción de la fortaleza desde la mañana a la noche y, aunque hacia mucho calor por estar en plena estación estival, soportaba polvo y ardores. Invirtió gran cantidad de fondos para que de allí surgiera una muralla poderosa e inexpuguable, recompensando generosamente a cada uno de los que acarreaban piedras, ya fueran cincuenta o cien. A partir de ese momento, no sólo los que a la sazón se encontraban en el sitio de las obras, sino todo soldado o sirviente, lugareño u oriundo de otro país, se movilizaba para acarrear dichas piedras al ver los generosos salarios y al emperador mismo presidiendo la marcha de los trabajos como si fueran unos juegos. Gracias a este recurso afluía mucha gente y el acarreo de aquellas enormes piedras podía hacer con mayor rapidez. Así era él, un ser capaz de las más profundas reflexiones y de las más grandiosas acciones.
4. En suma, los hechos que el soberano protagonizó hasta la (...) indicción del año (...) se habían desarrollado como hemos descrito; pero aún no había tenido tiempo de descansar un poco, cuando oyó rumores acerca de la llegada de innumerables etércitos francos. Como es natural, temía su aparición porque conocía su incontenible ímpetu, su inestable y voluble temperamento y todos los demás aspectos que posee de forma permanente el carácter de los celtas tanto en sus simples rasgos como las consecuencias del mismo; igualmente sabia cómo, paralizados por el brillo del dinero, siempre rompían los tratados sin reservas de ningún tipo y abiertamente, argumentando el primer motivo que les viniera en gana. Y efectivamente, siempre había tenido ocasión de comprobar los rumores sobre esta conducta. Pero no se dejó abatir y se preparaba con todo empeño para estar listo en el momento en que fuera preciso pelear. Ahora bien la realidad resultó más aterradora incluso que los rumores que se difundían. Todo el occidente, la raza de los bárbaros al completo, que habita las tierras comprendidas desde la otra orilla del Adriático hasta las columnas de Hércules, toda en una masa compacta, se movilizaba hacia Asia a través de toda Europa y marchaba haciendo la ruta con todos sus enseres. Aproximadamente, las causas de tan enorme movimiento de masas fueron las siguientes.
5. Un celta de nombre Pedro y de apodo Pedro de la Cogulla tras haber sufrido en su peregrinación hacia el Santo Sepulcro muchas calamidades por culpa de los turcos y sarracenos que devastaban toda el Asia, a duras penas logró regresar a su casa. Pero no encajaba el hecho de haber fracasado en sus planes y quería volver a emprender el mismo camino. Como era consciente de que en esta ocasión no debía ponerse a caminar en solitario hacia el Santo Sepulcro, concibió un astuto plan para evitar posibles desgracias. Éste consistía en lanzar la siguiente proclama por todos los países latinos: "Una voz divina me ordena anunciar a todos los condes de Francia que deben abandonar sin excepción sus hogares y partir para venerar el Santo Sepulcro, así como dedicar todas sus fuerzas y pensamientos a rescatar Jerusalén del poder de los agarenos."
6. A pesar de todo tuvo éxito. Como si hubiera grabado un oráculo divino en el corazón de todos los hombres, consiguió que los celtas, desde lugares distintos sin importar cuáles fueran, se congregaran con armas, caballos y demás impedimenta de guerra. Tanto ánimo e ímpetu tenían, que todos los caminos vieron su presencia; acompañaba a aquellos guerreros celtas una muchedumbre de gente desarmada que superaba en número a los granos de arena y a las estrellas, llevando palmas y cruces en sus hombros, mujeres y niños que habían partido de sus respectivos países. Pudo verse entonces cómo, igual que ríos que confluyen de todas partes, avanzaban masivamente hacia nuestros territorios a través del país de los dacios.
7. Precedió a la llegada de tan numerosos ejércitos una plaga de langosta que respetaba el trigo, pero devoraba sin compasión los viñedos. Esto era signo, como los adivinos de entonces profetizaban, de que los ataques de tan gran ejército celta se apartarían de objetivos cristianos y se dedicarían con celo a combatir contra los bárbaros ismaeltas, que están esclavizados por la ebriedad, el vino y Dioniso. Esta raza, en efecto, es seguidora de los cultos de Dioniso y del dios Amor, está sumida en la práctica de toda clase de promiscuidad, de modo que, si bien su carne está circuncidada, no lo están sus pasiones y no es más que esclava y mil veces esclava de las perversiones de Afrodita. Es por esto por lo que ellos adoran y veneran a Astarté y Astarot y estiman muchísimo la imagen de ese astro junto con la imagen dorada de Cobar. Precisamente, el trigo era símbolo del cristianismo en esa profecía por su sobriedad y su gran valor alimenticio. Ésta fue, pues, la interpretación dada por los adivinos a los viñedos y al trigo.
8. Dejemos en este punto las cuestiones relacionadas con la adivinación; el hecho de que la llegada de los bárbaros viniera acompañada de estos signos provocaba, al menos en las personas inteligentes, ciertas extrañas sospechas. La venida de tan gran cantidad de gente no se producía de manera uniforme ni en el mismo instante (¿cómo hubiera sido posible que tan numerosa muchedumbre procedente de diferentes lugares, atravesara en masa el estrecho de Longibardía?); hubo una primera travesía, luego una segunda a la que siguió otra más hasta que, una vez la hubieron hecho todos, emprendieron camino por tierra firme. Como hemos dicho, a cada uno de sus ejércitos lo precedía una inmensa plaga de langosta. Todos, pues, cuando pudieron observarla varias veces, llegaron a la conclusión de que anunciaba la llegada de los batallones francos.
9. Ya en el momento en que algunos empezaban a atravesar aisladamente el estrecho de Longibardía, el soberano hizo llamar a determinados jefes de las fuerzas romanas y los envió a la zona de Dirraquio y de Aulón con orden de recibir amablemente a los que hiciesen la travesía y darles abundantes provisiones sacadas de todas las regiones que hay en el camino hacia aquellos lugares; luego, tenían órdenes de no perderlos de vista y de emboscarse para alejarlos con breves escaramuzas, cuando vieran que realizaban incursiones y correrías para forrajear por las regiones vecinas. Los acompañaban también algunos intérpretes del idioma latino a fin de evitar los enfrentamientos que pudieran surgir entre tanto.
10. Pero, para dar más detalles y profundizar en este episodio añadiré que, cuando se expandió por todo el mundo el rumor de aquella convocatoria, el primero que vendió sus propiedades y se puso en camino fue Godofredo. Este hombre era adinerado y presumía grandemente de su valor, valentía e ilustre linaje; y, en efecto, cada uno de los celtas se afanaba en adelantarse al resto. Fue aquél un movimiento de masas como nunca nadie recuerda: había tanto hombres y mujeres con la sincera idea de correr a postrarse ante el Santo Sepulcro del Señor y contemplar los sagrados lugares, como seres muy pérfidos, por ejemplo Bohemundo y sus seguidores, que albergaban en su seno otras intenciones, es decir, poder apoderarse también de la ciudad imperial como si hubieran descubierto en ella una cierta posibilidad de provecho. Bohemundo, en concreto, turbaba las almas de muchos y muy valientes caballeros a causa del antiguo rencor que le guardaba al soberano. Así pues, tras su proclama Pedro se adelantó a todos, atravesó el estrecho de Longibardía con ochenta mil jinetes y llegó a la capital a través de las tierras de Hungría. Como puede adivinarse, la raza de los celtas tiene además un temperamento muy ardiente e inquieto y es incontenible cuando se lanza a alguna empresa.
VI. Derrota del primer contingente de cruzados cerca de Nicea.
1. Como el emperador conocía los sufrimientos que había padecido Pedro en su primer viaje a causa de los turcos, le aconsejó que aguardase la llegada del resto de los condes; pero no logró convencerlo, ya que confiaba en el número de quienes lo acompañaban en aquel momento. Atravesó, pues, el estrecho y una vez en la otra orilla, fijó su campamento en una ciudadela llamada Helenópolis. Los diez mil normandos que lo seguían se separaron del resto de la expedición y se dedicaron a devastar los alrededores de Nicea, dando muestras de extrema crueldad con todo el mundo. De los recién nacidos, a unos los descuartizaban, a otros los empalaban y los quemaban al fuego y atormentaban con toda clase de mortificaciones a los adultos.
2. Sus habitantes, al percatarse de lo que estaba pasando, abrieron las puertas e hicieron una salida en contra de ellos. Tras un violento combate, retrocedieron hasta meterse dentro de la plaza derrotados por la decidida manera de combatir que mostraban los normandos; de este modo, una vez hubieron recogido todo el botín, volvieron de nuevo a Helenópolis. Como suele suceder en semejantes circunstancias, se produjo una disputa entre ellos y quienes no los habían acompañado en sus correrías a causa de la envidia que corroía a los que se habían quedado; tras un enfrentamiento, los osados normandos se separaron de nuevo, llegaron a Jerigordo y se apoderaron de ella al primer asalto.
3. Cuando se enteró de lo ocurrido, el sultán envió contra ellos a Elcanes en unión de numerosas fuerzas. Tras llegar a Jerigordo, la tomó y de los normandos, a unos los hizo victimas de la espada y a otros se los llevó prisioneros; mientras, planeaba acciones contra los que estaban junto a Pedro de la Cogulla. Preparó emboscadas en lugares apropiados, para poder sorprenderlos por el camino hacia Nicea y matarlos; como conocía la codicia de los celtas, mandó buscar a dos hombres de carácter arrojado y les ordenó que se dirigieran al ejército de Pedro de la Cogulla, para darle a conocer que los normandos habían ocupado Nicea y estaban hacienda el reparto de las riquezas que había en ella.
4. Esta noticia intranquilizó tremendamente a los que acompañaban a Pedro. Pero tan pronto como oyeron hablar de reparto y de riquezas, se pusieron desordenadamente en camino hacia Nicea, olvidando no sólo sus conocimientos militares, sino incluso la formación correcta que conviene guardar cuando se parte a la batalla. Como hemos dicho anteriormente, la raza de los latinos es asimismo muy codiciosa y cuando ha resuelto atacar un país, es imposible contener su invasión a causa de su desenfreno. En su avance carente de orden y formación, vinieron a caer en manos de los turcos que estaban emboscados en el Dracón y fueron masacrados miserablemente. Tan grande fue lamuchedumbre de celtas y normandos que cayó víctima de la espada de los ismaelitas, que cuando se reunieron los despojos existentes por doquier de los hombres muertos, hicieron no digo ya un enorme collado, ni un montículo, ni una colina; sino una especie de montaña elevada que tenía una longitud y extensión considerables: tan voluminoso fue el amontonamiento de huesos. Posteriormente, algunos bárbaros del linaje de los masacrados, al edificar unas fortificaciones aparentemente semejantes a las de una ciudad, colocaron los huesos de los que habían caído intercalados como argamasa, haciendo que la ciudad les sirviera de algo parecido a una tumba. Aún hoy día sigue en pie esa ciudad, cuyas fortificaciones fueron erigidas con piedras y huesos mezclados entre sí.
5. En consecuencia, como todos habían caído bajo la espada, sólo Pedro en unión de unos pocos regresó y se introdujo de nuevo en Helenópolis. En cuanto a los turcos, le estuvieron tendiendo emboscadas nuevamente para capturarlo. El soberano, al oir todas estas noticias y confirmarse tan gran matanza, se indignaba al pensar que Pedro pudiera ser capturado. Mandó buscar enseguida a Constantino Euforbeno Catacalon, de quien ya hemos hablado en muchas ocasiones, embarcó bastantes fuerzas en naves de guerra y lo envió por mar en su auxilio. Los turcos, al observar su llegada, se dieron a la fuga. Él, sin perder un instante, rescató a Pedro y a sus acompañantes, que eran contados, y logró ponerlos a salvo junto al emperador.
6. Durante la entrevista en la que el emperador le recordó la imprudencia que había demostrado tener desde el primer momento y cómo por hacer caso omiso de sus recomendaciones se había sumido en tan horrendas calamidades, él, como altivo latino que era, no reconoció su propia culpabilidad en tan enormes desgracias y se la achacaba a aquellos que no lo habían obedecido, sino que habían seguido sólo sus particulares deseos, y los calificaba de piratas y ladrones; por todo ello afirmaba que Nuestro Salvador no había permitido que pudieran presentarse a venerar el Santo Sepulcro.
7. En conclusión, los latinos que como Bohemundo y sus secuaces ambicionaban desde hacía tiempo gobernar el imperio de los romanos y querían apropiárselo, como hemos dicho, hallaron una excusa en la proclama de Pedro para provocar tan inmensa movilización y engañar a las personas más puras; mientras, vendieron sus tierras con el pretexto de que partían contra los turcos para liberar el Santo Sepulcro.
VIII. Hazañas de Mariano Maurocatacalón.
7. (...) Un sacerdote latino, que estaba junto a otros doce compañeros de armas del conde y que se hallaba a proa, al ver estos hechos disparó numerosos dardos contra Mariano. Pero tampoco así cedía Mariano y mientras combatía, exhortaba a hacer lo mismo a los que estaban a su mando, de modo que en tres ocasiones hubo que relevar a los hombres heridos y agotados que rodeaban al sacerdote latino. En cuanto al sacerdote, aunque había recibido muchos impactos y estaba empapado en su propia sangre, aguantaba a pie firme.
8. No hay coincidencia de opiniones sobre la cuestión de los clérigos entre nosotros y los latinos; a nosotros se nos prescribe por los cánones, las leyes y el dogma evangélico: 'No toques, no murmures, no ataques; pues estás consagrado'. El bárbaro latino, sin embargo, lo mismo manejará los objetos divinos que se colocará un escudo a la izquierda y aferrará en la derecha la lanza, y de igual modo comulga con el cuerpo y la sangre divinos que contempla matanzas y se convierte en un ser sanguinario, como dice el salmo de David. Así, esta bárbara especie no son menos sacerdotes que guerreros. Pues bien, aquel combatiente, mejor que sacerdote, lo mismo se vestía con la estola sacerdotal que manejaba el remo o se dedicaba a combatir en batallas navales, luchando con el mar y con los hombres simultáneamente. En cambio, como acabo de decir, nuestro modo de vida se remonta a Aarón, a Moisés y a nuestro primer pontífice.
X. Llegada del conde Raúl y de los demás condes
6. Después de que todos los condes comparecieran, incluido Godofredo, y prestaran juramento, uno de aquellos nobles tuvo la osadía de sentarse en el trono del emperador. El emperador soportó esta injuria sin decir una palabra porque hacía tiempo que conocía el temperamento altivo de los latinos. El conde Balduino se le acercó, lo tomó de la mano, lo levantó de allí y le recriminó su actitud en estos términos: "No deberías haber hecho eso, ya que has prometido ser vasallo del emperador. Tampoco es costumbre de los emperadores romanos el compartir su trono con los que les son inferiores en rango; los que por su juramento se han convertido en vasallos de Su Majestad deben observar las costumbres de su país." El otro no respondió nada a Balduino y fijando su penetrante mirada en el emperador, se dijo a sí mismo en su propio idioma: "Mirad cómo un campesino es el único que está sentado, mientras a su lado están en pie tan magníficos caudillos."
7. El emperador reparó en el movimiento de los labios del latino y llamando a un intérprete, le preguntó sobre lo que había dicho. Cuando hubo oído la frase de aquél, prefirió no dirigirse al latino por el momento y reservó para sí sus reflexiones. Cuando todos se despedían del emperador, hizo venir a aquel soberbio y desvergonzado latino y le preguntó quién era, de donde procedía y a qué linaje pertenecía. Él le respondió: "Soy un franco de pura raza, de una familia noble; y una cosa sé, que en un cruce del país de donde procedo existe un antiguo santuario, al que se acerca todo el que esté dispuesto a enfrentarse en un combate singular y tras plantarse allí como un solitario combatiente, solicita ayuda a Dios desde las alturas y espera con tranquilidad al adversario que se atreva a contender con él. En dicho cruce pasé yo mucho tiempo inactivo, buscando a alguien que luchara conmigo; pero en ninguna parte había un hombre que se atreviera a ello." Cuando hubo oído estas palabras, el emperador le dijo: "Si buscando entonces el combate no lo hallaste, te ha llegado el momento de hartarte con innumerables combates; te recomiendo que no te coloques ni en la retaguardia, ni en la vanguardia de la falange: pues hace mucho tiempo que conozco el método de combate de los turcos." No sólo le daba a él estos consejos, sino también a todos los demás y les adelantaba todos los problemas que iban a encontrar en su camino; asimismo les recomendaba que no se obstinaran en perseguir a los turcos hasta el final, cuando Dios les concediera la victoria contra los bárbaros, para no caer muertos en medio de sus emboscadas.
Libro XIV
IV. Enfermedades del emperador y sus causas.
5. Al amanecer, nada más salir el sol por el horizonte del oriente, se sentaba en el trono imperial ordenando diariamente a todos los celtas que entraran sin reservas, para que le comunicasen sus peticiones y, al mismo tiempo, para intentar ganárselos mediante todo tipo de razones. Los condes celtas, que eran por naturaleza desvergonzados, atrevidos y codiciosos y que hacían gala de una intemperancia y una prolijidad por encima de toda raza humana en lo relativo a sus deseos, no se comportaban con decoro en su visita al soberano, sino que en su recepción a todos debía soportar, a éste, al otro y a continuación a aquél y al de más allá. Una vez dentro los celtas, no se ceñían al tiempo marcado por la clepsidra, como una vez fuera deseo de los oradores, sino que cada uno, quien quiera que fuese el que hacía aparición y deseara conversar con el soberano, tenía tanto tiempo como quería. Estos, pues, eran tan inmoderados en su conducta y respetaban tan poco al soberano que no se preocupaban del paso de su turno ni temían la indignación de quienes los estaban mirando ni procuraban un hueco en la audiencia a los que venían detrás, reiterando sin contención sus palabras y sus peticiones. Su charlatanería y la insolencia y mezquundad de sus expresiones las conocen todos cuantos se interesan en investigar las costumbres de los hombres. A los entonces presentes la experiencia se lo mostró con mayor exactitud.
6. Cuando caía la tarde, después de haber permanecido sin comer durante todo el día, se levantaba del trono para dirigirse a la cámara imperial; pero tampoco en esta ocasión se libraba de la molestia que suponían los celtas. Uno tras otro iban llegando, no sólo aquellos que se habían visto privados de la diaria recepción, sino incluso los que retornaban de nuevo, y mientras exponían tales y cuales peticiones, él permanecía en pie, soportando tan gran charlatanería y rodeado por los celtas. Era digno de verse cómo una y la misma persona expertamente daba réplica a las objeciones de todos. Mas no tenía fin su palabrería impertinente. Cuando alguno de los funcionarios intentaba interrumpirlos, era interrumpido por el emperador. Pues conociendo el natural irascible de los francos, temía que con un pretexto nimio se encendiera la gran antorcha de una revuelta y se infligiera entonces un grave perjuicio al imperio de los romanos.
7. Realmente, era un fenómeno completamente insólito. Como una sólida estatua que estuviera trabajada en bronce o en hierro templado con agua fría, así se mantenía durante toda la noche desde la tarde, frecuentemente hasta la media noche y con frecuencia también hasta el tercer canto del gallo y alguna vez hasta casi el total resplandor de los rayos del sol. Todos, agotados, generalmente se retiraban, descansaban y volvían a presentarse enfadados. Por ello ninguno de sus asistentes podía soportar tan prolongada situación sin reposo y todos cambiaban de postura alternativamente: el uno se sentaba, el otro doblaba la cabeza para reclinarla en algún lado, otro se apoyaba en la pared, sólo el emperador se mantenía firme ante tan grandes fatigas. ¿Qué palabras podrían estar a la altura de aquella resistencia a la fatiga? Las entrevistas eran infinitas, cada uno hablaba por extenso y chillaba desmesuradamente, como dice Homero (Il. II, 212); cuando uno cambiaba de lugar era para cederle a otro la oportunidad de parlotear y éste mandaba buscar a otro y, a su vez, éste a otro, Y mientras ellos sólo debían permanecer en pie durante el momento de la entrevista, el emperador conservaba su postura inmutable hasta el primer o segundo canto del gallo. Y tras descansar un poco, salido de nuevo el sol, se sentaba en el trono y volvía a encajar nuevas fatigas y redobladas contiendas que prolongaban aquéllas de la noche.
ANA COMNENA, La Alexiada, X, V, 1-10; X, VI, 1-7; X, VIII, 7-8; X, X, 6; XIV, 5-7, Trad. de E. Díaz Rolando, Editorial Universidad de Sevilla, 1989, Sevilla, pp. 404-409, 409-412, 416-417, 426, 563-565, respectivamente