LA CRÓNICA DE MONEMVASÍA (s. IX)
En el año 6064 de la Creación del Mundo (558-559 d.C.), que era el trigésimo segundo del reinado de Justiniano el Grande, vinieron a Constantinopla embajadores del extraño pueblo de los así llamados ávaros. No habiendo jamás visto un pueblo tal, toda la ciudad se precipitó a verlos. Ya que llevaban el cabello muy largo, en trenzas y atado con cintas. En todo el resto su vestido era similar al vestido de los otros hunos.
(Los ávaros) -como dice Evagrio en el quinto libro de su Historia Eclesiástica- eran un pueblo de nómadas de la región de allende el Cáucaso, que habitaban las llanuras del otro lado. Después de haber sufrido terriblemente por parte de los turcos, huyeron de éstos, sus vecinos; abandonaron su propia tierra y atravesaron en Bósforo. saliendo de allá, atravesaron tierras de muchos pueblos; combatían contra los bárbaros que encontraban, hasta que llegaron a las riberas del Ister. Después enviaron mensajeros al (emperador) Justiniano y pidieron ser recibidos. Acogiéndolos benignamente el emperador, les concedió el permiso de establecerse en Mesia, en la ciudad de Dorostolon, hoy llamada Distra. Así, de pobres que eran, llegaron a ser ricos, y se extendieron sobre un vasto espacio. Mostrándose olvidadizos e ingratos comenzaron a subyugar a los romanos, tomaron como esclavos a los habitantes de Tracia y Macedonia, asediaron también la Capital y devastaron despiadadamente sus alrededores. Ocuparon también Sirmium, ciudad insigne de Europa, la cual, encontrándose hoy en Bulgaria, se llama Strem (Strjam), habiendo sido primero dominada por los gépidos, a los había sido concedida por el emperador Justino. Por esta razón, por lo tanto, los romanos concluyeron con ellos algunos pactos deshonrosos, prometiendo ofrecerles un tributo anual de ochenta mil nomismatas. Con esta condición los ávaros proclamaron que habrían de observar la paz.
Cuando después, en el año 6090 (582 d.C.) Mauricio recibió el cetro, los ávaros le enviaron algunos embajadores, pidiendo que a los ochenta mil nomismatas que recibían de los romanos, se agregaran otros veinte mil. El emperador, que anhelaba la paz, aceptó también eso. Pero ni siquiera esta declaración de pacto resistió más de dos años. Ya que su señor, el kan, formulaba, cada vez, otro pretexto, con el fin de encontrar motivo para una guerra, y pedía cosas excesivas, de modo de disolver los acuerdos cuando en cualquier cosa no fuese obedecido. Así, él, encontrando indefensa la ciudad de Tracia Singidunum, la ocupó, y, además, también Augusta y Viminazio -una gran isla en el Ister. Conquistó también Anquialo, hoy en día Messina en Macedonia, como también subyugó muchas otras ciudades que se encontraban en Iliria. Saqueando todo, llegó hasta los suburbios de Bizancio, y amenazó también con destruir la Muralla larga. Algunos de ellos atravesaron el estrecho de Abidos, saquearon las tierras del Asia (Menor), para volver atrás de nuevo. El emperador envió al kan, como embajadores, al patricio Elpidio y a Comenziolo, concediendo un aumento del tributo. Con esta condición el bárbaro prometió mantener la paz. Permaneciendo por breve tiempo en paz, infringió los acuerdos, emprendió una tremenda guerra contra Scizia y Mesia, y destruyó muchísimas fortalezas.
Durante otra invasión ocuparon Tesalia, toda la Hélade, el Epiro Viejo, el Ática y Eubea. Expandiéndose impetuosamente también en el Peloponeso, lo ocuparon por las armas. Expulsando y destruyendo la población noble y helénica, ellos mismos se establecieron en este territorio. Aquellos (de la población nativa), que pudieron huir de sus manos asesinas, se dispersaron, ya sea de una parte, ya de otra. (La población de la) ciudad de Patras se trasladó a la región de Reggio Calabria; los habitantes de Argos a la así llamada isla de Orobi; los corintios se trasladaron a la así llamada isla de Egina. Precisamente también en ese entonces los habitantes de Lacedemonia abandonaron su tierra natal y zarparon, algunos de ellos, hacia la isla de Sicilia, y en parte permanecen aún allí, en el lugar que se llama Demenna y que, conservando el dialecto de los lacedemonios, se cambió por el nombre de Demenniti. Otros, al contrario, habiendo encontrado un lugar inaccesible cerca de la costa marítima, construyeron una ciudad fuerte que llamaron Monemvasía, ya que a los que arriban se les ofrece un solo acceso. Se establecieron en esta ciudad junto con su obispo. Los pastores de rebaños y los campesinos se trasladaron a los lugares escarpados de los alrededores, a los que últimamente se dio el nombre de Tzakonia.
Los ávaros, ocupando de tal modo el Peloponeso, y establecidos allá, permanecieron doscientos dieciocho años, sin estar sometidos al emperador de los romanos, ni a ningún otro -es decir, desde el año 6096 de la Creación del Mundo, que era el octavo año del reinado de Mauricio, hasta el año 6313, que era el cuarto año del reinado de Nicéforo el Viejo, que tenía como hijo a Stauracio.
Debido a que solamente la parte oriental del Peloponeso, desde Corinto hasta Malea, estaba -a causa de su naturaleza ruda e inaccesible- libre del pueblo eslavo, allá fue enviado por el emperador de los romanos un estratega del Peloponeso. Uno de estos estrategas, oriundo de la Pequeña Armenia, de la familia de los así llamados Skleros, entró en batalla contra el pueblo de los eslavos, los redujo por las armas y los aniquiló completamente; después permitió a los antiguos habitantes recuperar sus moradas. Sabiendo ésto, el ya mencionado emperador Nicéforo, lleno de alegría, solícitamente dispuso que fuesen reconstruidas las ciudades de aquella región y todas las iglesias que los bárbaros habían destruido, y que los mismos bárbaros fuesen cristianizados. Informado del lugar en que habitaban los exiliados de Patras después de su traslado, mediante una orden suya los restableció en su antigua sede junto con su obispo, quien ahora llevaba el nombre de Atanasio, concediendo a la ciudad de Patras, que había sido hasta ese entonces un arzobispado, los derechos de metrópolis.
En los tiempos en que aún era patriarca nuestro santo padre Tarasio, reconstruyó desde los cimientos su ciudad y las santas iglesias de Dios. El reconstruyó desde sus cimientos la ciudad de Lacedemonia y tomó posesión del lugar una población mixta: kafirios, trakesios, armenios y otros, reunidos de varias ciudades y lugares; además, se la constituyó como obispado, y dispuso que estuviese subordinado a la jurisdicción de la metrópolis de Patras, a la cual se subordinó también otros dos obispados, el de Metone y el de Corone. Por ésto los bárbaros, siendo con la ayuda y con la Gracia de Dios catequizados, recibieron el bautismo y adhirieron a la fe cristiana, por la Gloria y por la Gracia del Padre y del Hijo y del espíritu santo, ahora y siempre, y por los siglos. Amén.
(Dujcev, I., Cronaca di Monemvasia, Introduzione, Testo Critico, Traduzione e Note a cura di Ivan Ducjev, Instituto Siciliano di Studi Bizantini e Neoellenici, Testi, 12, 1976, Palermo. Para la versión en español y la bibliografía específica, v. Marín, J., "La cuestión eslava en el Peloponeso Bizantino (s. VI-X)", en: Byzantion Nea-Hellás, nº 11-12, 1991-1992, pp. 213-217.)