LA CONQUISTA DE CONSTANTINOPLA POR LOS CRUZADOS

 

[LIII] El emperador Murzuflo había venido a acampar en un lugar [situado] en el mismo frente de ataque, con todo su poder, y allí había instalado sus tiendas rojas. La situación quedó así hasta el lunes por la mañana; entonces se armaron los de las naos, los de los ussiers y los de las galeras. Los de la ciudad les temieron menos que la primera vez; estaban tan confiados que sobre los muros y las torres se veía mucha gente. Entonces comenzó el asalto, violento y maravilloso; cada navío atacaba por delante de él. Los gritos de la batalla eran tan grandes que parecía que la tierra se venía abajo. El asalto se prolongó de esta forma hasta que Nuestro Señor hizo levantar el viento que se llama Bóreas, que empujó las naves y los barcos [acercándolos] a la orilla más de lo que estaban antes. Dos naves que estaban trabadas, una llamada la "Peregrina" y otra el "Paraíso", se acercaron tanto a la torre, cada una por un lado (tal como Dios y el viento las impulsó) que la escala de la "Peregrina" alcanzó la torre. Entonces, un veneciano y un caballero de Francia llamado Andrés d’Urboise entraron en la torre; y otros comenzaron a entrar después de ellos y los de la torre se aturdieron y huyeron.

Cuando vieron esto, los caballeros que estaban en los ussiers saltaron a tierra, levantaron las escalas [apoyándolas] en el muro y subieron hasta arriba por la fuerza; y así conquistaron cuatro torres.

[...]

[LV] El marqués Bonifacio de Monferrato cabalgó a lo largo de la costa hacia el Bucoleón; cuando llegó allí, se le rindió, salvando [así] las vidas de los que estaban dentro. Fueron encontradas allí la mayor parte de las altas damas que habían huido al castillo; fue encontrada la hermana del rey de Francia, que había sido emperatriz, y la hermana del rey de Hungría, que había sido también emperatriz, y muchas otras damas. Del tesoro que había en aquel palacio no hace falta hablar pues tanto había que no tenía fin ni medida.

Igual que este palacio se rindió al marqués Bonifacio de Monferrato, el de las Blaquernas se rindió a Enrique, hermano del conde Balduino de Flandes, salvando igualmente las vidas de los que estaban dentro. También allí fue encontrado un tesoro muy grande, no menor que el de Bucoleón. Cada uno llenó con sus gentes el castillo que le fue entregado e hizo custodiar el tesoro; y las otras gentes que estaban dispersas por la ciudad hicieron también gran botín; fue tan grande la ganancia que nadie os podría hacer la cuenta [entre] oro y plata, vajillas, piedras preciosas, satenes, tejidos de seda, capas de cibelina, de gris y de armiño y toda clase de objetos preciosos como nunca se encontraron en la tierra. Godofredo de Villehardouin, mariscal de Champagne, da testimonio según la verdad y en su conciencia que, desde que el mundo fue creado, nunca se ganó tanto en una ciudad.

Cada uno escogió la residencia que le plugo pues había suficientes. Así, se albergó la hueste de los peregrinos y de los venecianos; fue grande la alegría por la fortuna y la victoria que Dios les había proporcionado pues los que habían estado en la pobreza nadaban ahora en la riqueza y el lujo [...].

 

(G. De Villehardouin, La conquête de Constantinople, en: Historiens et chroniqueurs du Moyen Age, éd. A. Pauphilet, Ed. la Pléïade, 1952, Paris, pp. 144-147, cit. en: Riu-Batlle-Cabestany-Claramunt-Salrach-Sánchez, Textos Comentados de Época Medieval (siglo V al XII), Teide, 1975, Barcelona, pp. 574 y ss.)