AVENTURA NOCTURNA DEL EMPERADOR LEÓN QUIEN, SIN SER RECONOCIDO, ES FLAGELADO

 

No disguste si ahora incluyo en este libro dos cosas, dignas de recuerdo y de risa, que hizo el hijo de Basilio, el antes recordado León, augusto emperador. La ciudad de Constantinopla, que antes se llamaba Bizancio y ahora Nueva Roma, está ubicada entre poblaciones ferocísimas. De hecho, al norte tiene a los Húngaros, los Pechenegos, los Jázaros, los Rusos, -a quienes nosotros con otro nombre llamamos Normandos-, y a los Búlgaros, muy cercanos a ella; al oriente tiene a Bagdad; entre oriente y el mediodía, a los habitantes de Egipto y de Babilonia; al sur, se encuentra África, y aquella famosa isla de Creta, de frente y muy vecina a ella. Las otras naciones que están en la misma latitud, a saber, los Armenios, los Persas, los Caldeos, los Avasgos, se encuentran sometidas a ella. Los habitantes de esta ciudad, así como por su riqueza son superiores a las gentes mencionadas, lo son también por sabiduría. De hecho, es su costumbre, para no ser asaltados por las gentes vecinas, colocar todas las noches, por cada intersección de dos, tres y cuatro vías, en toda la ciudad, soldados armados, para custodiarla y hacer vigilancia de ella. Sucede también que, si después del crepúsculo los guardias encuentran a alguien paseando por cualquier lugar, éste rápidamente es apresado, flagelado, encadenado y puesto bajo una buena guardia y retenido hasta el día siguiente para ser expuesto al público. De este modo, la ciudad es mantenida a salvo, no sólo de los enemigos, sino también de los delincuentes. El augusto emperador León, queriendo poner a prueba la fidelidad y la constancia de los guardias, salió solo del palacio después del crepúsculo y llegó al primer puesto de guardia. Como los guardias lo vieran huir y escabullirse temerosamente, lo tomaron y le preguntaron quién era y a dónde se dirigía. El respondió ser uno de tantos y de dirigirse a un lupanar. Y a él respondieron: "Después de haberte azotado bien y puesto los grilletes, te retendremos hasta el amanecer". Y él: "Me adelphoì, me!" (que significa "no, hermano, no"): "tomad aquello que porto y dejadme ir adonde quiero". Y aquellos, recibidos los doce áureos, lo dejaron ir rápidamente. Entonces, siguiendo su camino, llegó al segundo puesto de guardia, donde, capturado como en el primero, da veinte áureos, y es dejado en libertad. Llegado al tercer puesto, fue apresado, pero no, como en el primero y el segundo, dejado ir luego del desembolso de monedas, sino que se lo llevaron y lo pusieron en prisión con cadenas estrechas y pesadas; fue larga y duramente golpeado, azotado y retenido en la cárcel para ser expuesto al día siguiente. Alejados aquellos, el emperador llama al guardia de la cárcel y le pregunta: "Phíle mou (que quiere decir ‘amigo mío’), ¿conoces al emperador León?" "¿Y cómo podría conocerlo yo, -responde-, que no recuerdo haberlo visto jamás? Cuando aparece en público, aunque raramente, y lo veo desde lejos, puesto que de cerca no puedo, me parece ver a alguien maravilloso, no a un hombre. Para ti sería más útil pensar en salir ileso de aquí, en vez de hacer tales preguntas. No del mismo modo la fortuna favorece a vosotros dos: se eis tên phylakeèn kai autòn eis tò chrisotrìklinon, tu en la cárcel y él en el áureo triclinio. Estas cadenas son pequeñas: que te sean puestas otras más pesadas, y así no tendrás tiempo de meditar sobre el emperador". Y a aquel dijo: "¡Detente, detente! ¡Yo soy de hecho el augusto emperador León, que salí del palacio real bajo malos auspicios!" Entonces el carcelero, creyendo que no era verdad aquello que había dicho: "¿Debería creer, dice, que un hombre deshonesto, que se come sus bienes con las meretrices, sea el emperador? Ya que no lo has considerado, examinaré para ti el horóscopo. Ákouson (escucha): Marte es trigono, Saturno mira a Venus, Júpiter es cuadrado, Mercurio está contigo enfadado, el Sol es circular, la Luna está en el cuarto, la mala suerte te oprime". Entonces el emperador: "Para que puedas probar que es verdad lo que te digo, cuando hayan dado la señal matutina (antes de hecho no osaríamos), ven conmigo al palacio bajo mejor auspicio que aquellos con los que he salido. Si no me vieses recibido como emperador, mátame. No será crimen menor haberme llamado emperador si no lo soy, que matar a alguien. Si tienes miedo de sufrir algún mal por ello, que esto lo haga Dios conmigo, y me añada uno peor, si no, recibirás un premio en vez de una pena por esta acción". Confiándose de ello, el carcelero, apenas fue dada la señal matutina, como había dicho el emperador, lo acompaña hasta el palacio. Llegado allí, fue recibido de modo extraordinario por aquellos que le conocían, y aturdido de admiración su acompañante. Y mientras contemplaba toda los grandes dignatarios que venían a su encuentro, que le dirigían alabanzas, que lo adoraban, lo calzaban, uno hacía una cosa, otro hacía otra según los propios deberes, para él entonces habría sido mejor morir que vivir. El emperador le dijo: "Mira ahora el horóscopo, y, si realmente dices junto a cuál auspicio te encuentras aquí, demostrarás poseer el verdadero arte de la adivinación. Pero antes todavía dime, qué enfermedad o qué cosa te ha puesto tan pálido". Y a él respondió: "Cloto, la mejor de las Parcas, ya cesa de hilar; Laquesi no desea fatigarse más en torcer el hilo; y Atropo, la más cruel de ellas, con las garras ya sobre el huso espera solamente la sentencia de tu majestad para tirar y romper el hilo. La causa en cambio de la palidez de mi rostro es que el alma de la cabeza ha descendido, y ha llevado consigo la sangre a la parte inferior del cuerpo". Sonriendo entonces el emperador dijo: "Retomad el ánimo, y con ello también cuatro libras de oro; de mí no responderéis a quien os pregunte sino que he huido". Concluido así el acuerdo, el emperador hizo venir a los guardias que lo habían apresado y dejado ir, y a los que lo habían flagelado y metido a la cárcel. Dice a ellos: "¿Cuando veláis y hacéis guardia en la ciudad, no os habéis jamás encontrado con ladrones y adúlteros?" Aquellos que habían aceptado dinero para dejarlo ir respondieron de no haber visto nada; en cambio aquellos que lo habían flagelado y puesto en prisión, respondieron de este modo: "Despotía sou he hágia, es decir: vuestra sagrada señoría, ha dado orden que si los guardias encontrasen, al caer el crepúsculo, a alguno vagando, lo prendiesen rápidamente y, luego de haberlo flagelado, lo pusiesen en prisión. Por lo tanto, obedeciendo a vuestras órdenes, santísimo señor, la noche que precedió al presente día, apresamos a uno que se dirigía a los lupanares, lo azotamos y encarcelamos, y lo hemos retenido para exponerlo públicamente según tu sagrado mandato". Y a ellos el emperador: "Rápido, dijo, mi poder ordena que sea conducido aquí mismo". Sin retardo corren para conducirlo en cadenas. Oído que había escapado, retornaron al palacio medio muertos. Se lo refieren al emperador, quien de pronto se desnudó y mostró los signos de su azote: "Deûte, (es decir, venid aquí), dice, me deiliásete, no tengáis temor: soy yo aquel que habéis flagelado y que ahora creéis se ha escapado de la cárcel. De hecho sé, y creo realmente, que pensábais golpear no al emperador, sino a un enemigo del emperador. En cambio éstos que me han dejado ir, no como emperador, sino como delincuente y atacante de mi vida, que sean azotados hasta la muerte, expulsados de la ciudad y privados de todos los bienes: así no sólo lo desea, sino que lo ordena mi autoridad. A vosotros, en cambio, os doy no sólo de lo mío, sino también los bienes de estos perversos". Con cuánta sensatez se ha él comportado, vuestra paternidad lo podrá comprender a partir del hecho que, desde entonces, todos los otros custodian con máxima diligencia la ciudad y creen presente al emperador aunque esté ausente. Y así fue que el emperador no salió más por la noche del palacio, y los suyos vigilaron fielmente cada cosa.

 

(Liutprando de Cremona, Antapodosis, Libro I, 11, en: Liutprando di Cremona, Italia e Bisanzio alle soglie dell’anno mille, ed. a cura di M. Oldoni e P. Ariatta, Europía, 1987, Novara, pp. 47 y ss. Trad. del italiano por Paola Corti B.)