PRIMERA EXCOMUNIÓN DE ENRIQUE IV (FEBRERO 14-22 DE 1076)

 

 

 

Oh, bienaventurado Pedro, príncipe de los apóstoles, inclina misericordiosamente tu oído, os rogamos, y escucha a tu siervo al que has protegido desde la infancia y has librado hasta hoy del poder perverso que me ha odiado y todavía me odia por mi lealtad hacia ti. Eres mi testigo, así como mi Señora, la Madre de Dios, y el bienaventurado Pablo, tu hermano entre todos los santos, que tu Santa Iglesia Romana obligóme contra mi voluntad a ser su gobernante. Nunca tuve intención de subir a tu trono como un ladrón; más todavía, hubiere preferido terminar mi vida como peregrino a tomar tu lugar movido por la gloria terrenal y los artificios mundanales. Por lo cual, gracias a tu favor, no a mis trabajos, creo que es y ha sido tu voluntad que el pueblo cristiano, encomendado a ti de una manera particular, debe obedecerme a mí, tu representante, especialmente constituido. Se me ha dado, por tu gracia, el poder de atar y desatar en los cielos y en la tierra. Por lo cual, fundado en esta comisión, y por el honor y defensa de tu Iglesia, en el nombre de Dios Omnipotente, Padre, Hijo y Espíritu Santo, por tu poder y autoridad, privo al rey Enrique, hijo del emperador Enrique, que se ha rebelado contra tu Iglesia con audacia nunca oída, del gobierno de todo el reino de Alemania y de Italia, y libro a todos los cristianos del juramento de fidelidad que le han dado o pueden darle, y prohibo a todos que le sirvan como rey. Pues es propio que el que trata de disminuir la gloria de tu Iglesia, pierda él mismo la gloria que parece tener. Y, ya que se ha abandonado, asociándose con excomulgados, ha despreciado mis avisos que le di por el bien de su alma, como tú sabes, "y se ha separado él mismo de tu Iglesia y tratado de destruirla", lo ato con las ligaduras del anatema en tu nombre, y lo ato así como comisionado por ti para que las naciones sepan y se convenzan de que tú eres Pedro y que sobre tu roca el Hijo de Dios vivo ha construido su Iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán sobre ella.

 

En: Gallego Blanco, E., Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, Biblioteca de Política y Sociología de Occidente, 1973, Madrid, pp. 147.