CARTA DE GREGORIO VII A RODOLFO DE SUABIA SOBRE ENRIQUE IV (SEPTIEMBRE 1 DE 1073)
Gregorio, obispo, siervo de los siervos de Dios, al duque Rodolfo de Suabia, salud y bendición apostólica.
Aunque tu celo en el pasado ha puesto en claro tu devoción al honor de la Santa Iglesia Católica, tu última carta muestra tu ferviente afecto para ella, y prueba cuan grandemente sobrepasas a todos los otros príncipes de esas tierras en este particular. Entre otras felices expresiones de esto, ésta pareció a propósito para promover la gloria del gobierno imperial y también fortalecer el poder de la Santa Iglesia, esto es que el Imperio y el Sacerdocio deben estar ligados el uno al otro en unión armoniosa. Pues de la misma manera que el cuerpo es guiado por dos ojos para su luz física, así también el cuerpo de la Iglesia es guiado e iluminado con la luz espiritual cuando estas dos dignidades trabajan juntas por la causa de la pureza de la religión. Por consiguiente, queremos que sepas que no tenemos mala voluntad para con el rey Enrique, al cual estamos obligados porque fue nuestra elección como rey, y porque su padre, de recordada memoria, el emperador Enrique, me trató con honor especial entre todos los italianos de su corte, y encomendó, cuando murió, subió a la Iglesia Romana en la persona del Papa Víctor, de venerada memoria, sino que, con el auxilio de Dios, ni odiaríamos voluntariamente a ningún cristiano, según el Apóstol: "Si entrego mi cuerpo para ser quemado y doy todas mis posesiones para alimentar a los pobres, pero no tengo caridad, no soy nada". Pero, puesto que la armonía entre el Imperio y el Sacerdocio debe ser libre y pura de todo engaño, nos parece de la mayor importancia aconsejarnos primero contigo y la emperatriz Inés, la condesa Beatriz y Reinaldo, obispo de Como, y otros hombres temerosos de Dios, entonces, después después de que hayas entendido bien nuestros deseos, si nuestras razones te parecen justas, puedes llegar a un acuerdo con nosotros; pero si encuentras algo que debe añadirse a nuestros razonamientos, o eliminar algo de ellos, estaremos dispuestos a aceptar tu consejo. Por lo tanto te urgimos a trabajar aun con más ahínco para aumentar tu lealtad con San Pedro, y venir, sin demora, a su santuario para ofrecer tus oraciones y tu bien por el beneficio que pueda acarrearte. Por estas dos razones pongo a San Pedro tan en deuda contigo, que gozarás de su intervención en esta vida como en la futura.
En: Gallego Blanco, E., Relaciones entre la Iglesia y el Estado en la Edad Media, Biblioteca de Política y Sociología de Occidente, 1973, Madrid, pp. 113.